El otro día telefoneé a un amigo escritor que reside
en un pueblo cercano a Valencia. Era una de estas llamadas que uno hace sin otro
motivo que el de charlar un rato y mantener el contacto. Sin embargo, me quedé
de piedra cuando, tras un rato de conversación intrascendente, mi amigo me reveló
que había estado a punto de morir ahogado dentro de su propio coche. Los usos
sociales no nos adiestran para situaciones como esta, de modo que rompí a reír
con la esperanza de que me estuviera tomando el pelo. Por desgracia, no era
así, aunque él también estalló en carcajadas. Y siguió riendo mientras me
relataba una de las historias de la vida real más espeluznantes que he oído en
los últimos tiempos.
Me dijo que el día de autos le habían entregado su
nuevo coche, un modelo flamante que descansaba en su garaje junto al pequeño
utilitario que el matrimonio emplea para los desplazamientos cortos. Era
viernes, aquel viernes de hace un par de semanas en que llovió tantísimo. Pero
en Valencia fue mucho peor. Allí las precipitaciones fueron de tal magnitud que
el alcantarillado no daba abasto para evacuar tanta agua. Su esposa y él
empezaron a preocuparse al comprobar que su chalet se había convertido en una
especie de navío varado, y que su jardín había quedado sumergido bajo una riada
de proporciones bíblicas. Fue entonces cuando acordaron calzarse unas botas de
agua y bajar al garaje para tratar de poner a salvo ambos coches (recordemos
que uno de ellos lo habían recogido apenas unas horas antes). Mala idea, porque
la situación empeoraba a tal velocidad que más les habría valido usar un equipo
de buceo. La esposa de mi amigo, no obstante, logró subir por la rampa con el
utilitario pequeño, aunque se vio obligada a sortear varios contenedores de
basura que bajaban arrastrados por la embravecida corriente. Él no tuvo tanta
suerte. La puerta del garaje se quedó bloqueada, el agua entraba ya dentro del coche
y el motor estaba muerto. Desde el exterior, su esposa le hacía gestos
frenéticos para que saliera de allí. Pero, ay, la presión del agua era tan
grande que no había forma de abrir la puerta del vehículo. Era como si una mano
gigantesca la empujara desde fuera. A todo esto, el agua superaba ya el nivel
de las ventanillas, y él comenzaba a sentirse como Leonardo DiCrapio en la
última media hora de la película Titanic.
«¡Saaal, por Dioooos!», gritaba ella, y mi amigo juzgó que su esposa era
demasiado joven para convertirla en viuda prematura, de modo que reunió todas
sus fuerzas en un último y desesperado empellón que logró desbloquear la puerta
del coche unos centímetros. El agua penetró en tromba dentro del habitáculo
(junto con otros objetos, como botellas vacías y una especie de engrudo que al
principió no identificó). Sin embargo la presión se había igualado en ambos
lados y ya era posible abrir la puerta por completo y salir de aquella trampa
acuática. Conforme se ponía a salvo nadando, mi amigo comprobó que lo que había
bloqueado la puerta no era solo el agua, sino también los doscientos últimos
ejemplares de cierta novela suya que la editorial había decidido descatalogar,
y que aguardaban un mejor destino guardados en cajas dentro de su garaje. Ahora
esos cientos de kilos de papel flotaban libremente, convertidos en una masa
gelatinosa y tumefacta. Nadie que yo conozca ha estado tan cerca de morir a
causa de la literatura.
«Imagínate mi artículo en la Wikipedia», dijo mi
amigo para concluir. «Sin salir de su propio garaje, el autor pereció aplastado
por los ejemplares liquidados de su segunda novela y ahogado como una rata». No
pude contestarle. Apenas tuve tiempo para salir corriendo hacia el baño, porque,
con tanta agua y tanta risa, estaba a punto de perder el control de mi vejiga.
Luego me vino a la mente un pensamiento filosófico, aunque poco consolador:
«Por la mañana te levantas y tienes coche nuevo. Por la tarde estás muerto».
Qué extraña es la vida.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 15/10/2012
Nota: El consejo de los expertos es que, en caso de hundirte en el agua dentro de un coche, intentes salir lo antes que puedes, sin esperar a que las presiones se igualen, porque si no probablemente te encontrarás esperando el día del Juicio Final. Dejo un vídeo ilustrativo de la serie británica "Top Gear".
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