La semana pasada supimos que cierran el parador de
Albacete. La noticia me produjo cierta tristeza, en parte por los casi
cincuenta trabajadores del establecimiento que van al paro, pero también por
motivos más íntimos, como la nostalgia, la añoranza de la infancia y otras
sensiblerías que aquejan a los casi cincuentones, entre los que me hallo.
Recuerdo que de niño, a veces, íbamos en el seiscientos de mi padre a tomar un
aperitivo en el parador, y que aquello era como ingresar en otro mundo. La
mayoría de los habitantes de aquel Albacete de los años setenta no estábamos
acostumbrados a los verdes prados, a las pistas de tenis, a la piscina de aguas
transparentes y azuladas, a los lujosos salones, los ventanales, los pasillos
de suelos relucientes... Era como asomarse a un mundo de lujo y opulencia
durante un rato. Ahora son muchos más
los que gozan de pistas de tenis y piscinas privadas, por no hablar de verdes
extensiones de césped. Pero creo que la imagen del parador y de sus muros
encalados, que tan lujosa e idílica se nos antojaba, persiste como si hubiera
quedado grabada de forma indeleble en nuestras retinas infantiles.
Y ahora nos cierran el parador porque dicen que no
es viable económicamente. Y es como si arrojaran de allí al niño que fuimos, casi
como si nos echaran de nuestra propia casa. Trato de consolarme pensando que el
establecimiento en sí nunca supuso mucho para la ciudad, quizás porque se
edificó en un sitio inapropiado. Habría sido
más sensato situarlo en el castillo de Chinchilla, lo que de paso habría
significado la reconstrucción y rehabilitación del histórico edificio. Puestos
a levantarlo desde cero, más valdría haberlo hecho en el casco urbano de
Albacete, y no en aquel paraje apartado y desolado. Pero don Manuel Fraga, como
buen fascistón que era, lo decidió así con un puñetazo en la mesa. La realidad
es que nunca ha atraído a muchos visitantes ni ha supuesto un aporte económico
de importancia para la ciudad. Y ahora nos dicen que mantenerlo abierto resulta
imposible, pues las arcas públicas están vacías por culpa de la mala gestión de
los gobiernos anteriores. Antes está el objetivo de déficit, los intereses de
la deuda y demás. En fin, que los paradores nacionales no son una prioridad, y
menos el nuestro, tan humilde, tan poco relevante en lo arquitectónico, tan
deficitario.
Tal y como la explican los señores que blanden la
tijera, la cosa suena razonable. Sin embargo, se me antoja que la noticia posee
también sus tintes siniestros. Basta con salir a dar una vuelta por Albacete y
mirar alrededor para darse cuenta de que por estos andurriales abundan las cosas
superfluas y deficitarias. Está el equipo de fútbol local, que ya no parece
interesar a nadie. Y también la nueva estación, con la mayoría de sus locales
comerciales cerrados o nunca alquilados, y sus AVES fantasmagóricos que viajan
a Madrid casi vacíos. Ya puestos, ¿qué hay más deficitario que un colegio o un
instituto? ¿Por qué no cerrar la mitad de ellos y concentrar a los alumnos en
los restantes, donde un número mucho menor de profesores bastaría para tenerlos
a todos atendidos? ¿Y qué me dicen de los hospitales? ¿Es que acaso un país
como este, tan venido a menos por culpa de la crisis y del despilfarro, puede
permitirse derroches tales como una sanidad pública de calidad y para todos?
Caramba, ya puestos ¿por qué no erradicar toda la España de provincias y
concentrar a la población en las grandes ciudades? Piensen en la cantidad de
millones de euros que se ahorrarían para cubrir el objetivo de déficit y pagar
los intereses de la deuda.
Pero mejor será no dar ideas al gobernante, que ya
se las arregla él solo, y volver a nuestro punto de partida: Albacete se queda
sin su parador y esa es una mala noticia, se mire como se mire. Quizás resulte
difícil de entender para quienes no sean de aquí, pero para nosotros el parador
es mucho más que un hotel. Es una postal en technicolor que conservamos desde
la infancia. De hecho, es casi un sueño, un sueño más que ha quedado abolido
por la realidad y por la crisis y por los tiempos siniestros que nos afligen.
En fin.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 10/12/2012
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