Malik Yaqub era un jazzman callejero. Y digo «era» porque acaba de fallecer de un enfisema pulmonar. Yaqub tocaba el saxofón en la madrileña plaza de Callao. Ganaba apenas lo suficiente para pagarse la pensión y no ambicionaba mucho más. Según él mismo contaba, una señora de la vecindad lo denunció porque tocaba justo en el lugar donde ella llevaba a mear a su perro. Frío y lluvia, caras anónimas que pasan sin detenerse, ruido de cláxones y motores en la Gran Vía. Y en una esquina de este cuadro pintado en ocres y grises y humo y confusión, una gota de belleza: un saxofonista negro que desgrana, con dedos expertos, una versión jazzy de Stormy Weather. La típica vida de todo músico callejero. ¿O acaso no fue así?
De Malik Yaqub he sabido por la noticia aparecida en
la edición del jueves de El País, y
reproducida por un contertulio mío de Facebook. Pero él no siempre fue Malik
Yaqub. En su Kansas City natal lo bautizaron como Mack Spears, y dicen que con
menos de veinte años disfrutaba ya de la admiración de músicos como Miles Davis
y John Coltrane. Eso dicen y yo me lo creo. Se trasladó a San Francisco, y
luego a los clubes de jazz de Nueva York. Y allí se metió en líos y en drogas, hasta
que encontró paz y dignidad en la Nación del Islam, como tantos afroamericanos
de su generación. Pero sus creencias lo llevaron también a la cárcel por
negarse a ir a Vietnam. Y dicen que jamás se ha oído una big band como la que Yaqub y otros músicos reclusos formaron en el presidio
de Sandstone, del que salió para abandonar de inmediato el país. Como un
personaje bíblico, anduvo errante por Egipto y por Etiopía, donde el negus Haile Selassie lo coronó «rey del
jazz». Y por fin vino a España y decidió tocar en la calle porque no se
entendía con los dueños de los clubes. Quisieron expulsarlo, pero una campaña
de los medios especializados logró que le dejaran quedarse. Recibió homenajes y
tocó en varias ciudades de nuestro país. Pero Stormy Weather siguió oyéndose en plaza de Callao por encima de los
ruidos del tráfico y de la indiferencia de los peatones. Hasta que un día de la
semana pasada al saxo de Malik Yaqub se le rompió su pieza más importante.
«Una vida digna de un biopic», fue el encabezado que le puse en Facebook a esta noticia.
Y entonces, por esas cosas del azar y de la casualidad, apareció mi amigo León
Molina para contar lo siguiente: Hace un
buen montón de años lo traje a los conciertos que organizábamos en el
desaparecido El Nilo. Inolvidable el momento en que, en medio del silencio tras
un tema, de pronto gritó a voz en cuello «yabadabadúúúú» y se lanzó a tocar el
conocido tema de Los Picapiedra. Ni el grupo lo sabía, y tuvo que tirarse a los
instrumentos para seguirle como podían. Tocó el tema a mil por hora, y lo fue
retorciendo y transformando hasta acabar en un delirio freejazzero entre el
regocijo del público, que nos pusimos a tope. El final del tema fue un clamor y
un desbarre de locura, con Malik haciendo amago de seguir, la gente chillando,
los músicos dejando los instrumentos con cara de risa y sorpresa y de «a este
tío no hay quien lo siga»; momentos mágicos que están en la esencia y la
leyenda del jazz. Descanse en paz Malik, un outsider entregado a una pasión,
leyenda casi anónima en las mismas tripas de las leyendas del jazz.
Gracias por este recuerdo, León. Y gracias a Malik
Yaqub, rey del jazz, príncipe del swing,
sumo sacerdote del templo del soul,
por el regalo de tu vida y de tu talento.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 22/10/2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario