Resulta que esta noche es Nochebuena y que hoy es mi
cumpleaños, y puedo asegurar que lo de empezar las Navidades con un año más no
me llena de alegría. Más bien representa un aldabonazo anual en mi conciencia
de tipo de mediana edad: «Casi cincuenta años ya, macho. Dos tercios del camino
recorrido. ¿Qué has hecho con tu vida este año?». No, no es fácil acallar a ese
Pepito Grillo del demonio al que no hacen mella ni el cava ni las copitas de
mistela. Él sigue ahí, haciéndome reproches con esa vocecilla atiplada de
grillo mariquita que, sin embargo, se impone a las músicas que brotan de la
tele, a los villancicos y hasta al cumpleaños feliz. Es el momento de rendir
cuentas. La gente henchida de euforia navideña y yo con la sensación de que,
una vez más, he acudido a la cita del grillo con las manos vacías. Aunque este
año no tanto. Este año puedo mencionar alguna cosilla que seguramente no va a
lograr cuadrar del todo el balance, pero que no deja de representar cierto
alivio.
Lo que voy a contarle al maldito grillo es que este
año he logrado publicar mi noveno libro, la sexta de mis novelas, un hermoso
volumen de 584 páginas que en su cubierta exhibe una espada y una pluma de
color azul. Se trata de un libro pergeñado al alimón con mi antiguo profesor
Francisco Mendoza, un libro que ha representado algunos retos y no pocas
dificultades. Esta novela es mi mejor regalo de cumpleaños y de Navidad. Es un
juguete complicado, porque son varios juguetes en uno, como esas cajas chinas
que se guardan unas dentro de otras y encajan a la perfección. Así la definió
mi amigo Manuel Merenciano en una inspirada presentación de hace unos días,
aunque él usó la analogía de esas muñecas rusas llamadas matroskas. En el primer nivel (la matroska más grande) tenemos un volumen que lleva por título Madrid, 1605, y que arranca con la
historia de Erasmo López de Mendoza, un antiguo profesor de universidad que en
su jubilación se consagra por completo a su pasión de coleccionar libros
antiguos. En una librería de viejo de Madrid, Erasmo encuentra un documento
fascinante, nada menos que la crónica de un contemporáneo de Cervantes,
aprendiz del librero que editó el Quijote. Esta crónica en primera persona
representa un nuevo nivel, otra matroska,
pues en ella se narra una historia distinta, ambientada a comienzos del siglo
XVII y cuyo protagonista es el propio Miguel de Cervantes, embarcado en la
aventura de recuperar la única copia manuscrita de su última novela, que le han
robado cuando estaba a punto de entregársela al editor. La novela en cuestión
no es otra que aquella tan célebre del ingenioso hidalgo, la historia que
constituye el núcleo de todas las demás y donde convergen todas las líneas
argumentales de Madrid, 1605. Cervantes
busca desesperadamente el manuscrito de su Don
Quijote, y de las muchas aventuras que le ocurren sabemos por una crónica
que leemos a la vez que el protagonista de la trama superior (la
contemporánea), el bibliófilo Erasmo López de Mendoza, quien emprende la misma
búsqueda que Cervantes emprendió cuatro siglos antes: la del manuscrito
autógrafo del Quijote. Dos hombres en busca del mismo manuscrito en dos épocas
distintas. Muñecas rusas, cajas chinas,
artificio, literatura. Aunque hay una novela más por encima de todas ellas, la
de mi vida, que voy escribiendo trabajosamente y casi a ciegas, a veces con
golpes de inspiración, a veces echando penosos borrones. Es una novela a la
que, por fortuna, todavía le quedan algunas páginas en blanco. El año próximo,
por estas fechas, espero poder contarles otro capítulo. De momento, les deseo
una Nochebuena sin sobresaltos y una Navidad dichosa y moderada (a la fuerza
ahorcan).
Y a ti, Pepito, que te den.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 24/12/2012
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