Tengo mi mesa de trabajo colocada delante de una
ventana y he descubierto que es una mala idea, porque en el edificio de
enfrente hay una señora que me espía. Ella piensa que no me he dado cuenta. Trata
de disimularlo a toda costa. Pero cada diez minutos sus visillos se abren y
distingo un ojo que me escruta a través de la ranura. Otras veces se muestra
más osada y sale directamente al balcón. Entonces finge que echa un vistazo a
la calle, una calle en la que nunca pasa nada (salvo ruidosos camiones de
madrugada). Y justo antes de volver a la seguridad de su hogar, lanza un
vistazo disimulado hacia mi ventana. Es cierto que en verano suelo andar por
casa con poca ropa y que casi siempre prescindo de la camiseta. Pero dudo que
mi torso desnudo tenga un poder de atracción semejante. Sospecho que lo que intriga
a esta señora es mi inmovilidad en mi mesa de trabajo, ante el ordenador. ¿Qué
estará haciendo ese tipo ahí horas y horas? ¿Por qué no se mueve? ¿Por qué no
sale a ver mundo? Quisiera poder explicarle que me dedico a escribir. Y que la
esencia del arte de la escritura es aprender a estar solo (la ventana es
accesoria). Querría hacerle entender que no soy tan raro, que todos los
escritores pasan las horas muertas en solitario tratando de encontrar algo de
sentido en el mundo. Pero supongo que no me entendería. Pensaría que estoy
chiflado por haber elegido una actividad como esta. Sobre todo, pensaría que
estoy como una cabra si supiera que ahora mismo, mientras ella me mira, estoy
escribiendo sobre una señora que vive enfrente, y que me espía a través de la
pequeña abertura de sus visillos.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 28/8/2015
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