Llevo toda la semana dándoles vueltas a las
enigmáticas declaraciones de la concejala malagueña Teresa Porras. Según esta
señora, las niñas se pasaron la feria del año pasado «con las bragas en la mano
para que se les secaran». Sé que Málaga es un sitio caluroso, pero no creo que
la cosa llegue al extremo de que las chicas de allí tengan que airear su ropa
interior por culpa del sudor extremo. Descartada esta posibilidad, todas las
restantes se me figuran de contenido sexual, y no dejan muy bien parada a la
juventud malagueña. No es sorprendente, por tanto, que a la señora Porras le
hayan llovido las críticas por el carácter machista de sus declaraciones.
Opiniones como esta no quedarían raras en boca de una octogenaria sentada en su
mesa camilla, pero pronunciadas por un político quedan un tanto feas. Quizás de
los representantes públicos esperamos mejor criterio y más amplitud de miras.
Aunque, ay, creo que muchas veces esperamos en vano. Por desgracia, a los
políticos nos les exigen aprobar ninguna oposición. Ni siquiera les dan un
cursillo básico de formación para evitar conducirse por la vida como
impresentables, sobre todo cuando les ponen un micrófono o un twitter delante.
Los ejemplos se multiplican, pero quizás el título de padre de todos los
bocazas lo ostente aquel alcalde de Valladolid que temía ser violado en los
ascensores por una banda de hembras en celo. Aunque en estos casos conviene
aplicar el beneficio de la duda. Al fin y al cabo, esta deslenguada concejala
malagueña es la responsable del área de festejos, y puede que su único
propósito fuera provocar una avalancha de visitantes a las fiestas de Málaga,
atraídos por la perspectiva de una legión de malagueñas salerosas que los aguardaban
con las bragas en la mano.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 14/8/2015
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