Se han cumplido cincuenta años de los dos conciertos
que los Beatles dieron en España, y a todos los seguidores de la banda de
Liverpool nos ha vuelto esa morriña que nos aflige de vez en cuando, como si la
beatlemanía fuera una enfermedad crónica de la que hay que esperar recaídas
ocasionales. Si hago memoria, creo que el virus lo contraje a los doce o trece años,
y fue por culpa de un par de singles que mis primos ponían constantemente en su
tocadiscos. En la cara A del primero estaba A
Hard Day’s Night. Por entonces a mí este disco me gustaba mucho más que el
otro, que era el single de Let It Be.
No parecían el mismo grupo, ni por música ni por la pinta que mostraban en las
fotos de las portadas. Los chicos sonrientes del primer disco se habían
convertido en hippies melenudos en el segundo. Los Beatles del año 64 eran como
los hermanos mayores que todos los críos queríamos tener. Los de 1970 (año en
que se publicó Let It Be) parecían
tipos poco recomendables, individuos de esos que se drogaban y atentaban contra
el orden establecido. Con el tiempo llegamos a comprender que aquel cambio era
como una metáfora de nuestras propias vidas, el tránsito entre la niñez y la
juventud, de los flequillos y los pantalones cortos a las litronas y los
canutos, de jugar al «pillao» en la calle a correr delante de los maderos en
una manifestación de estudiantes. Me sigue gustando Qué noche la de aquel día, aunque sin duda ahora me identifico
mucho más con Let It Be, que habla de
cosas que provocan dolor, cosas que no merecen la pena y que es preferible
dejar atrás.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 10/7/2015
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