Dudo que a estas alturas alguien no haya visto la
fotografía de ese niño sirio ahogado en la playa turca. El pequeño cuerpo boca
abajo sobre la arena, con los pantaloncitos azules y la camiseta roja. Tiene
exactamente el mismo aspecto que cualquier de los críos que dentro de unos días
empezarán su primer día de colegio. Su apariencia es tan normal, tal idéntica a
la de cualquiera de nuestros niños, que al ver la foto casi esperamos que todo
sea una broma, que el niño se levante de pronto y nos diga que se había tumbado
boca abajo sobre la arena para engañarnos, y luego eche a correr playa adelante
en busca de sus padres. Nos cuesta aceptar la muerte del pequeño sirio, porque
la famosa imagen contiene una aberración esencial. Ningún niño debe morir así.
Jamás. Nunca. Y ello por mucho que sepamos que el mundo es un lugar despiadado,
que hay muchos niños que enferman gravemente y que mueren por culpa de
accidentes. La diferencia es que el niño sirio de la playa ha muerto por la
enfermedad más terrible de todas, que no es otra que la injusticia. Una
enfermedad cuya vacuna está a nuestro alcance y al de nuestros gobiernos. La
muerte de miles de refugiados ha convertido el Mediterráneo, ese mar en cuyas
orillas floreció la civilización y la cultura, en un gran cementerio. Pero ha
hecho falta esta imagen terrible para que comprendamos el horror de la tragedia
en toda se magnitud. ¿Cuántas fotos más de niños ahogados harán falta para que
nos plantemos y digamos basta? ¿Cuánta injusticia más seremos capaces de
tolerar antes de comprender que la muerte de ese pequeño nos concierne a todos
nosotros?
Publicado en La Tribuna de Albacete el 4/9/2015
1 comentario:
Esa imagen si me partió el corazón la primera vez que la vi.. Dios mio ten mucha misericordia por los niños del mundo..
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