El chascarrillo de la semana ha sido sin duda la llamada entre Trump y Rajoy del martes pasado (“Riiiiing.” “¿Diga?” “¿Marianou Rahoy?” “Sí.” “Here Donald J. Trump, the president of the United States.” “Estoy contento con Movistar, graciash”). Lo cierto es que no sabemos quién llamó a quién, pero yo no me creo la versión del chiste. Resulta dudoso que Trump sienta el menor interés por conversar con el presidente de una nación que seguramente es incapaz de situar en el mapa. Como muchos de sus compatriotas, para Trump España debe de ocupar un territorio impreciso entre México y Argentina, tal vez tirando hacia la parte del Caribe. Un disparate absoluto desde un punto de vista geográfico que no lo es tanto desde la Historia y la cultura. Nos dicen en las noticias que Trump y Rajoy hablaron de las relaciones bilaterales, de seguridad y de economía. Y también que nuestro presidente se ofreció como mediador, aunque todavía no me he enterado muy bien entre quiénes, porque las versiones no coinciden. La conversación, sin duda de gran calado, duró unos quince minutos, de los que debemos descontar el tiempo necesario para que los intérpretes hicieran su trabajo, pues es sabido que ninguno de los dos mandatarios es un gran conocedor de la lengua del otro. Parece, en fin, que la famosa llamada debió de tener su gracia, y es una pena que Manuel Gila nos abandonara hace años, pues sin duda le habría sacado punta al asunto. Lo que seguramente Rajoy olvidó recordarle a su colega es que, a pesar de nuestra situación transatlántica con respecto a los EE UU, este país se encuentra al otro lado de ese dichoso muro que Trump pretende levantar a semejanza del que los nazis construyeron en torno al gueto de Varsovia. Ese es nuestro lugar natural. A él nos debemos. Y de ahí deberían partir nuestras relaciones bilaterales a partir de ahora.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 10/2/2017
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