Esta semana ha empezado a emitirse Proyecto Bullying, el nuevo programa de Mediaset presentado por Jesús Vázquez. Supongo que sabrán que el asunto ha traído cola, como todo aquello que atañe a los menores de edad, ese grupo social que recibe una protección tal que ya la quisiera para sí el lince ibérico. En un principio el proyecto fue frenado por varias fiscalías de menores, pues incluía la emisión de imágenes tomadas con cámara oculta, y tanto las caras como las voces de los protagonistas (agresores y víctimas) han sido cuidadosamente camufladas para no dar pistas sobre su identidad. De hecho, la distorsión llega hasta tal punto que uno no puede evitar sentir escalofríos al oír esas voces de adolescentes que suenan como la de la niña de El exorcista. Pero no conviene frivolizar sobre asuntos de esta enjundia y gravedad, máxime cuando uno se dedica a la enseñanza. Soy muy consciente de que el problema existe y de que el calvario puede ser terrible. No dispongo de cámara oculta para demostrarlo pero, créanme, lo veo a diario. Quizás no en sus aspectos más mediáticos y sensacionalistas, los que trascienden a los telediarios y a la prensa: los insultos, las vejaciones, las palizas, la humillación, el terror… Todo eso ocurre fuera de la vista de los docentes y equipos directivos, y a veces no aflora hasta que ya es demasiado tarde. Pero no hay más que observar cuidadosamente las dinámicas que laten dentro de un aula para darse cuenta de que la enseñanza está dominada por matones, y de que una mayoría de alumnos que desean obtener provecho de las clases son rehenes de una minoría de saboteadores profesionales, auténticos expertos en el desorden y la burla, y muchas veces también en la violencia. Tengo que reconocer que yo mismo, como profesor, me siento a veces un mero rehén de esos indeseables.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 24/2/2017
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