A fuerza de no ser original, uno acaba pareciéndose
a Zelig, el «camaleón humano». Se trata del protagonista de una película de
Woody Allen quien, con tal de no llevarles la contraria a los demás, acaba
mimetizándose con ellos físicamente. En mi descargo, diré que no me gusta el
fútbol. Sin embargo, como a la mayoría de la gente, me encantan las series de
televisión, en las que creo que se refugia toda la creatividad que parece haber
desertado de la gran pantalla. Me pirro por The
Big Bang Theory y me declaro fan
incondicional de Sheldon Cooper. En su momento disfruté como un enano con Breaking Bad, con Los Soprano y con el inolvidable doctor Fleischman y sus aventuras
en Cicely, Alaska. Algunos de mis primeros recuerdos son de Viaje al fondo del mar y de Los invasores. Y últimamente no puedo
dejar de ver la serie Fargo, que está
basada en la famosa película de los hermanos Coen, una mezcla de trama policial
y humor negro que resulta absorbente y deprimente a la vez, como si sus guiones
los firmara un Albert Camus en plena vena gamberra. Las tramas de Fargo transcurren en el Medio Oeste
norteamericano, entre los estados de Minnesota y ambas Dakotas, siempre durante
los meses de invierno. El paisaje llano y cubierto de nieve resulta fantasmal,
como si los personajes vivieran sus peripecias en mitad de ningún sitio. Y al
cabo de cada una de las dos temporadas, cuando los muertos son ya tantos que
hemos perdido la cuenta, la única lectura posible es que nada tiene sentido,
salvo quizás la posibilidad de acurrucarse cada noche junto a la persona amada.
Por respeto a los vivos se han cambiado los nombres de los protagonistas. Por
respeto a los muertos se ha contado todo tal y como ocurrió. Disfruten.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 29/2/2016
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