Al ensayista y opinador José Antonio Marina le han
encargado la redacción de un libro blanco para la reforma de la profesión
docente. El documento no está terminado, pero van trascendiendo algunas perlas
de su contenido, como la idea de que el sueldo de los profesores debería
depender, en parte, de su eficacia pedagógica. Según Marina, «el buen maestro
no puede cobrar lo mismo que el malo», idea que a muchos lectores se les sonará
razonable. Lo peliagudo es decidir quién se encargaría de realizar esa
evaluación necesaria para determinar quién cobra más y quién menos (o incluso
quién se va a la calle). ¿Se les pediría opinión a los alumnos y a sus padres?
¿Se juzgaría la eficacia de cada docente en función de los resultados de sus
alumnos? ¿Serían los inspectores quienes cargarían con el muerto? ¿Se tendría
en cuenta la extracción socioeconómica de los alumnos y la situación del
centro? Como profesor que soy, opino que la idea no es del todo equivocada,
aunque sí su planteamiento. Estoy de acuerdo en que algunos profesores y
maestros deberían ganar más que otros, pero no atendiendo a los resultados de
los alumnos, sino a la dificultad de su trabajo. Creo firmemente que deberían pagarles
más a aquellos profesores que enseñan en centros de zonas rurales y en colegios
de barrios conflictivos. Opino que no es lo mismo trabajar con diez alumnos que
con treinta, y que poco tiene que ver dar clase en un grupo de Bachillerato que
en un segundo de la ESO, pongamos por caso. Es fácil ser un buen profesor
cuando se tienen buenos alumnos. Lo complicado es hacer el trabajo sucio con
cierta dignidad. Y como buen desertor de la tiza, usted debería saberlo mejor
que nadie, señor Marina.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 6/11/2015
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