La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

sábado, 21 de noviembre de 2015

El enemigo invisible


Un compañero de trabajo ha propuesto a organizar un «amigo invisible» durante las fechas prenavideñas, actividad en la que no voy a participar, pues no me apetece dilapidar mi fama de misántropo, tan laboriosamente construida, en algo tan baladí. Y no es que el que suscribe padezca algún tipo de fobia o patología. Sencillamente, observo que el cultivo de las relaciones sociales requiere inversiones de tiempo y de esfuerzo que considero desproporcionadas con arreglo a lo que se obtiene a cambio. La auténtica dicha no reside en tener montones de conocidos, lo que significa verse obligado a recordar docenas de nombres, a felicitar Navidades y cumpleaños, a asistir a entierros y presentaciones literarias, y a mantener un sinfín de conversaciones aburridas. La felicidad se cifra más bien en un teléfono que no suena casi nunca, en tres o cuatro amigos de los buenos (de esos que no dan la tabarra ni piden dinero prestado), en tardes de libros y silencio, en fines de semana sin más obligaciones sociales que la de sacar el perro a pasear. De hecho, se me ha ocurrido una actividad alternativa a la del amigo invisible con el ánimo de simplificar todavía más mi paupérrima vida social. Se trataría de organizar un «enemigo invisible» en la que los regalitos quedarían sustituidos por jugarretas, pequeñas trastadas sin más objeto que divertirse un rato. Se lo he propuesto a mis colegas vía whatsapp, pero a nadie parece gustarle la ocurrencia. «Bastantes putadas nos hace ya la vida», ha respondido una compañera. Sin embargo, convendrán en que mi idea no deja de tener su ingenio, y desde luego resulta mucho menos onerosa que cualquier «amigo invisible» convencional. Pero ya ven. La gente es así de extraña.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 13/11/2015

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