Acaba
de regresar a las pantallas la serie El
Ministerio del Tiempo, creada por los hermanos Pablo y Javier Olivares, los
Wachowski de la televisión patria. La renovación de la serie para una tercera
temporada ha sido un proceso agónico que se ha demorado mucho más de lo que los
«ministéricos» hubiéramos deseado. Incluso se ha rumoreado que podía saltar a
otra cadena, lo que habría hundido a nuestra televisión pública en un ridículo
difícil de digerir. Y con esto queda claro que soy un fan declarado de la
serie, uno entre muchos cientos de miles. Es más, creo que es lo mejor que se
ha visto en la televisión de este país desde que se murió Chanquete. El Ministerio del Tiempo no es una serie
de la HBO, aunque merecería serlo. Su éxito no se basa en grandes presupuestos
y efectos especiales, sino en la imaginación y el talento de sus guionistas, en
el trabajo y el carisma de sus actores, en el valor de huir de la consabida
comedia de costumbres y ofrecernos algo que nunca habíamos visto. En sus
capítulos hemos visto a soldados de la Alemania nazi recorriendo las calles de
Madrid. Hemos visto a un caballero español del Siglo de Oro tratando de
adaptarse a la vida en el mundo moderno. A Federico García Lorca observando
cómo los ciudadanos de hoy en día hacen footing vestidos con «pijamas de
colores». Hemos cenado con Napoleón y rescatado a Lope de Vega de una muerte
segura. En una pirueta de absoluta genialidad, incluso hemos presenciado cómo
Felipe II se proclamaba «emperador del tiempo» y extendía su monarquía a todas
las épocas, con discurso televisivo de Nochebuena incluido. Una serie así no
podía terminarse sin más. Y si lo hiciera, habría que buscar la puerta que nos
llevara de nuevo al estreno del primer episodio, para poder disfrutarla otra
vez de cabo a rabo.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 2/6/2017
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