El
ayuntamiento de Madrid ha lanzado una campaña de reeducación dirigida a esos
hombres que se despatarran en los transportes públicos. Esto puede parecer
frívolo y hasta chistoso, pero lo cierto es que no es ni una cosa ni la otra.
Hace años ya se hizo una campaña parecida en el metro de Nueva York, lo que
demuestra que la idiosincrasia nacional no es tan exclusiva como nos gusta
pensar. Para bien o para mal, parece que los madrileños (y todos los españoles,
por extensión) son igual de gañanes que los ciudadanos de la capital más
cosmopolita del mundo. Otra cosa son las lecturas que se quieran hacer del
asunto en clave feminista. No en vano parece que quienes se despatarran son exclusivamente varones (en inglés la postura se denomina manspreading, lo que no deja lugar a
dudas), y tienden a hacerlo cuando la compañera de asiento es una mujer, a
la que acoquinan y arrinconan en un acto de reafirmación de la superioridad
masculina, una forma más de violencia de género. Es más, en muchas ocasiones la
indecorosa postura se subraya con el aún más indecoroso acto de depositar la
mano sobre los genitales propios, una reminiscencia de lo que el macho alfa de
la tribu de gorilas hace en su rincón de jungla congoleña. Todo esto ocurre, a
qué negarlo. De lo que no estoy tan seguro es de que se trate de una
manifestación del sexismo latente en la sociedad. Para mí, al menos, no es sino
una muestra más de la mala educación, lo que sí constituye una lacra endémica,
tan poco disculpable como hablar a voz en grito en lugares públicos, como dejar
basura tirada por la calle o como no lavarse el sobaco cuando el calor aprieta.
Y si hay algo que hermana de verdad a ambos sexos es precisamente la mala
educación, un defecto que todos (hombres, mujeres y géneros intermedios) compartimos de forma solidaria.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 9/6/2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario