Pido
disculpas por insistir en un asunto que a estas alturas ya resulta manido, pero
quiero dejar constancia pública de que yo no culpo a Manel Navarro por el gallo
que soltó el sábado pasado. No soy de esos que dicen que el festival de
Eurovisión es un evento trivial y hortera que solo interesa a catetos, frikis y
gente de poca cultura en general. A mí Eurovisión me ha gustado desde que me
alcanza la memoria. Recuerdo que de niño lo esperaba como agua de mayo. Me
acuerdo perfectamente de la actuación de ABBA en el 74. Me acuerdo de Karina y de
Mocedades. Y con un pequeño esfuerzo extra incluso me acuerdo de Cliff Richard cantando Congratulations. Puede que
en mis años juveniles mi interés decayera un poco, pues había que guardar las
apariencias y tal. Pero a estas alturas las apariencias ya me dan lo mismo, y
vuelvo a disfrutar del entrañable concurso, más robusto que nunca gracias a
todos esos países incorporados tras la caída del muro de Berlín, amén de
Australia. Con todo y con eso, no le guardo ningún rencor a Manel Navarro por
su gallo. Incluso me inspira ternura. Hace por los menos tres lustros yo solté
un gallo en un karaoke y todavía me muero de vergüenza al acordarme. Pobre
muchacho. Aunque hay una cosa que sí le reprocho. Llevo una semana que no me
puedo quitar de la cabeza el pegajoso estribillo ese de «do it for your lover»,
y al final creo que me voy a volver loco. Tal vez tenga que recurrir a la
psiquiatría. O a lo mejor no me queda más remedio que oírme cincuenta veces la
canción de Rodolfo Chikilicuatre a ver si así consigo cambiar el dichoso «do it
for your lover» por el breikindance, el crusaito y el maikelyakson de toda la
vida. ¡Perrea, perrea!
Publicado en La Tribuna de Albacete el 19/5/2016
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