La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

viernes, 12 de mayo de 2017

Atuendos


Conforme la primavera avanza, la juventud va aligerando su atuendo, lo que, en general, está muy bien. Nada que objetar. El problema es cuando el mismo fenómeno (prendas cada vez más escasas y más exiguas) se traslada a las aulas. El calor aprieta y uno ya no sabe si se halla en un centro de enseñanza o en el paseo de Benidorm durante el mes de agosto. Algunos compañeros entienden que ciertos modos de vestirse (o de no vestirse) no son adecuados para acudir a un centro educativo. Los alumnos razonan que no hay nada estipulado al respecto, y que por lo tanto no se les puede reprehender, y mucho menos sancionar, por incumplir una regla que no está escrita en ningún sitio. Ayer intenté que un grupo de chicos y chicas de 15-16 años reflexionaran sobre el problema. «Las personas nos comunicamos de muchos modos —les dije tratando de sonar lo menos casposo posible—. El vestuario que elegimos para mostrarnos en público no deja de ser un mensaje que les transmitimos a los demás. A veces incluso una declaración de principios. Vosotros no les habláis igual a vuestros amigos que a un profesor. Del mismo modo, no podéis vestiros igual para venir al instituto que para salir de fiesta el fin de semana. Y luego debéis recordar que venís aquí para educaros, y que la educación es el puente hacia la vida adulta. ¿Pensáis que cuando estéis trabajando en una oficina, en un hospital, en un juzgado o en unos grandes almacenes podréis vestiros como os dé la gana?» Reflexionaron gravemente durante unos segundos, hasta que una espigada muchachota de la segunda fila levantó la mano. «Profe, yo he pensado que voy a venir a clase en bañador». Me quedé mirándola. «Muy bien, hija mía —le dije al fin—. No seré yo quien te lo impida».

Publicado en La Tribuna de Albacete el 12/5/2017

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