Esta escueta columna no consiente rodeos, de modo que iré al grano: la
organización de los actos del Día del Libro fue un auténtico desastre. Nadie
tiene la culpa de la lluvia. Pero ¿qué hay de la falta de previsión (o de
interés) que mostraron los responsables políticos al programar un evento al
aire libre con la que iba a caer y, para colmo, adelantarlo un día con respecto
a su fecha habitual sin que apenas nadie se enterara? Pero tenía que hacerse en
un día lectivo, pues la presencia de los colegios siempre viste mucho (políticamente
hablando). Y al final la conclusión es que, en el Día del Libro, los libros son
lo de menos. Lo que importa es que el alcalde y los responsables de cultura
puedan hacerse la foto de turno. Pero no hay foto capaz de maquillar el hecho
de que a estas personas la cultura les importa un rábano. Valoro el trabajo de
las bibliotecas y de los clubes de lectura. Pero hay un solo día al año en el
que los protagonistas deberían ser los autores y los libreros, y ese día ha
pasado sin pena ni gloria, con escasísimos visitantes y mucha lluvia. El
viernes 22 de abril los escritores vimos cómo se esfumaba la oportunidad de
conocer a los lectores y mostrarles nuestro trabajo. Los libreros, por su
parte, perdieron una jornada de abundantes ventas que habría sido un buen balón
de oxígeno para un sector en crisis. Imprevisión, mala organización. Chapuza,
en definitiva. Algunos deberían comprender que la diferencia entre «cultura» y
«agricultura» depende de algo más que un prefijo, y que el agua, que tan
beneficiosa resulta para las cosechas, es también el peor enemigo de los
libros.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 29/4/2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario