El mes de abril comenzó con una bola de fuego que
cruzó los cielos de madrugada. Quienes la vieron afirman que, al estallar,
convirtió la noche en día. En la antigüedad estos fenómenos celestes se tomaban
muy en serio. Jamás ocurría nada de importancia sin el preludio de algún
eclipse o cometa. Hoy esas cosas nos dan igual. Por un lado, la ciencia tiene
explicaciones para todo. Por otro, nos hemos acostumbrados a vivir ajenos a la
bóveda celeste. El alumbrado público ha abolido la oscuridad, y al mismo tiempo
los cielos estrellados, que para nuestros antepasados estaban repletos de presagios
y de historias. Hoy nos contentamos con las historias y los presagios que nos
cuentan en los telediarios. Sin embargo, a los urbanitas todavía nos sobrecoge
salir al campo por la noche y ver todas esas luces centelleando allá arriba. Sentimos
vértigo, pero también la cálida emoción de sabernos hermanados con nuestros
ancestros, quienes a buen seguro experimentaron cosas parecidas bajo el mismo cielo
nocturno. En cuanto a esa bola de fuego que surcó nuestros cielos en la
madrugada del 31 de marzo, ¿qué anunciaba? Por desgracia, los sacerdotes
modernos han perdido la capacidad de interpretar este tipo de cosas, por lo que
habrá que esperar acontecimientos. Entretanto, seamos positivos y pensemos que
las cosas pueden ir a mejor. Y también que el breve tránsito de ese visitante celeste
no deja de ser una buena noticia en sí mismo. Nos dicen que se trataba de un
meteorito, de un simple trozo de roca escindido de un cometa. Pero el hecho de
que eligiera nuestros cielos para dejar su estela de luz no deja de ser un
acontecimiento prodigioso, casi un milagro. Quizás los afortunados que lo
observaron tuvieron la fugaz certeza de que detrás de este caos en el que
vivimos existe algún propósito. Quizás.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 8/4/2016
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