De los varios realities que hay
en antena sigo con especial fervor el titulado Quiero ser monja, que se emite en Cuatro los domingos por la noche.
Las protagonistas del show son cinco
chicas que han sentido la llamada de la vida religiosa (o «consagrada», como
ellas dicen) y prueban sus deleites y servidumbres integrándose en distintas
congregaciones. Las piadosas jóvenes son muy distintas entre sí. Dos de ellas,
las más modositas, tienen todo el aspecto de hijas de una familia del Opus. Otra,
la más gamberra y díscola, tiene catorce o quince hermanos, por lo que no es
difícil adivinar que procede de las vigorosas filas de los «Kikos», tan dados
ellos a crecer y multiplicarse. La cuarta es una atractiva joven latina que se
presentó en el primer convento acompañada de su novio y se dio un filete con él
en la misma puerta. A la quinta no sé muy bien cómo calificarla, pero tiene pinta de haber extraviado algunos tornillos por el camino. Siento
curiosidad acerca de la opinión de los obispos sobre este novedoso formato,
aunque cabe suponer que haya contado con su aprobación, pues de otro modo
dudo que las cámaras hubieran podido adentrarse en los herméticos claustros
conventuales. Hasta puede que algún miembro de la jerarquía con talento para el
márketing haya pensado que este es un buen modo de incentivar las vocaciones.
Se me ocurre, sin embargo, que la emoción aumentaría si se ofreciera un premio
a la que llegara hasta el final del proceso, premio que no podría ser otro que
la salvación eterna garantizada mediante bula papal. Finalmente, confesaré que
el programa me produce una oscura fascinación, aunque solo sea porque tiene
toda la pinta de que en cualquier momento puede degenerar y convertirse en una
película porno.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 6/5/2016
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