Ayer cumplí 52, y un año más quiero dejar aquí
constancia de ello. Y no porque piense que a alguien le pueda importar un
pimiento mi cumpleaños ni mi edad, como si uno fuera una tonadillera o una
actriz famosa. Los motivos son de índole más personal. Me explico: al escribir
esta columna anual sobre mi cumpleaños es como si me estuviera fotografiando
por dentro. Todos estos recortes de prensa colocados uno tras otro me permiten
comprobar si ha habido alguna evolución en el transcurso del año, entre una
instantánea y la siguiente, o si más bien todo es un lento e inexorable rodar cuesta
abajo, como en el tango de Gardel. Constato ahora que mi columna de hace un año
tenía un tono optimista. Ahora, en cambio, me sorprende comprobar que no soy
capaz de imprimirle un tono determinado a estas líneas, ni optimista ni todo lo
contrario, lo que me hace sospechar que tal vez haya alcanzado un impasse en mi vida, que durante este año
me haya instalado en una especie de meseta existencial desde donde todo el
horizonte que se divisa es plano. Parafraseando a Cervantes (pero al revés)
desde aquí se tiene la impresión de que las ansias (los temores) menguan, pero
a cambio las esperanzas se estancan. En lo único en que estoy de acuerdo con el
alcalaíno es en la brevedad del tiempo restante, lo que no deja de ser
preocupante cuando no se sabe muy bien qué hacer con él. Quizás sea esa la
auténtica tragedia de esta mediana edad que muchos compartimos, la constatación
de que uno acaba de convertirse en mero espectador de su propia vida, y de que
encima la película resulta aburrida. Pero no me hagan caso. Disfruten de las
Navidades y que Dios los bendiga. Hablamos el año que viene.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 25/12/2015
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