Hay quien dice que la campaña electoral terminó el
miércoles, en el momento en que un descerebrado le atizó a Rajoy una castaña en
medio de la calle. Yo estoy casi de acuerdo, porque cuando los puñetazos usurpan
el lugar de los argumentos, ya no hay democracia que valga. Puestos a aplicar la
idea con todas sus consecuencias, podríamos afirmar también que la campaña
terminó el lunes pasado, con ese desagradable debate a dos en el que el
candidato socialista se comportó como un matón en el patio de un colegio, y el
debate político quedó aplastado bajo el peso de los insultos y las malas
maneras. Si las ideas brillan por su ausencia y las formas son inaceptables,
más vale cambiar de canal o irse a dormir. Pero volvamos a la castaña del
miércoles. Las imágenes me repugnaron igual que a cualquier ciudadano
medianamente civilizado. Pero lo que más me inquieta es que sentí compasión por
Rajoy, y de la compasión a la simpatía solo hay un paso. El discurso de la
emoción es siempre más poderoso que el de la razón. Hasta Berlusconi me dio
lástima cuando le volaron los piños con una maqueta de la catedral de Milán, y
eso que para mí encarna lo más despreciable y nefasto de la política. Pues
imagínense Rajoy, anciano y barbiblanco como un incipiente Papá Noël, y encima
nuestro compatriota y presidente. Me preocupa que el suceso haya desvirtuado
por completo el sentido de la campaña electoral, y que los votantes indecisos
se dejen guiar ahora por sus emociones y no por su sentido común. Por eso
propongo que el mismo energúmeno que le atizó a Rajoy repita su hazaña con cada
uno de los otros candidatos. Creo que eso serviría para equilibrar las cosas.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 18/12/2015
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