La madre de mi amiga, maestra jubilada ella, es una
forofa de la Filmoteca. Se deshace en elogios sobre la calidad de su
programación y la comodidad de conservar un cine de los de toda la vida en el
centro de la ciudad, y encima barato. Reconozco que no he pisado mucho la
Filmoteca, y cuando lo he hecho ha sido para cuestiones un tanto ajenas a la
institución (llámense Abycine o el estreno del corto de algún amigo). No me
acaba de convencer que la programación ofrezca tanto cine comercial, películas
que apenas un par de meses antes se proyectaban en las salas de estreno y que,
más allá de su reclamo popular, no tienen mucho interés para el aficionado. No
entiendo por qué una institución cultural ofrece en su programación títulos
como Prometheus o Skyfall, por citar dos ejemplos
recientes. Da la impresión de que el criterio primordial a la hora de
confeccionar la cartelera sea el de atraer público a toda costa (a costa de las
salas comerciales y los videoclubs, se sobreentiende) y engordar de ese modo
los resultados al final de cada ejercicio. Me imagino que esto hará las
delicias de los responsables municipales, porque es bien sabido que para un
político el éxito siempre es un asunto de números. Otra cuestión es lo acertado
de dicha estrategia si de lo que se habla es de cultura de calidad, toda vez que
gran parte del cine que se proyecta en la Filmoteca viene a ser a la cinefilia
lo mismo que las gazpachadas populares a la gastronomía. Pero no conviene pasarnos
de puristas, pues correríamos el riesgo de pecar de elitismo o de pedantería,
que no sé qué es peor. En honor a la verdad, la programación de la Filmoteca
ofrece también abundante cine de autor. Así, no es raro que entre Tadeo Jones y Torrente se cuelen títulos de Griffith y de David Cronenberg. También
se observa un esfuerzo importante por rescatar clásicos y por ofrecer cintas de
filmografías que casi siempre son ignoradas en los circuitos comerciales. En
cuanto al argumento de que una programación de este tipo les roba público a las
salas comerciales, cualquiera que haya comprado una entrada de cine en Albacete
sabe quién es el que roba aquí. Lo cierto es que la cartelera de la Filmoteca
atrae a numeroso público al cine, y eso es una buena noticia se mire como se
mire. Es más, las largas colas que se forman en la puerta nos devuelven el
recuerdo de esos añorados estrenos de nuestra infancia y primera adolescencia,
cuando ciertas películas despertaban tal expectación que la gente no vacilaba
en esperar durante horas a pie firme para comprar una entrada. Recuerdo, por
ejemplo, el estreno de La guerra de las
galaxias en Albacete, en el cine Gran Hotel. Cuando abrieron las puertas,
en el vestíbulo del cine se formó tal avalancha que mi hermano estuvo apunto de
resultar aplastado por la multitud, el pobre crío. Eran los tiempos de los
cines con acomodadores de uniforme, escupideras en los rincones y moqueta
sembrada de cáscaras de pipas, cuando se colocaban en la puerta fotogramas de
la película que el público contemplaba a la entrada y a la salida. De todo
aquello, quizás lo único que sobreviva sea el cine Capitol, resucitado por la
Filmoteca Municipal para seguir encendiéndonos los ojos y la imaginación con el
cine de toda la vida. Aunque para ello se haya recurrido a la vieja fórmula del
cine de reestreno y con frecuencia adquirir una entrada se convierta en una
empresa tan ardua como cuando estrenaron La
guerra de las galaxias. Sirvan como ejemplo de ello las proyecciones de Lo imposible programadas para los pasados
22 y 23 de febrero. La madre de mi amiga nos había regalado entradas de abono,
pero la cola era tan kilométrica que ni siquiera llegamos a acercarnos a la
puerta del cine. «¿Cómo te las has arreglado para poder entrar tú?», le
pregunté a la madre de mi amiga. Ella reconoció que algo tenía que ver con ello
su condición de jubilada con abundante tiempo a su disposición. Luego me confió
un secreto: «Aprovecho las colas de la Filmoteca para rezar». Pues eso, lo
imposible.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 4/3/2013
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