Andaba yo preocupado cavilando qué podía regalarle a mi padre en su
día, siendo él hombre frugal y moderado en sus costumbres. No fuma ni bebe (lo
cual restringe de forma significativa la elección de un regalo). De hecho,
podría decirse que su único vicio conocido es el de la lectura, y a ello me
acojo año tras año en fechas como el Día del Padre, su cumpleaños y la Navidad.
Procuro, no obstante, que no se me vea demasiado el plumero. Me explico. Trato
de regalarle títulos que a él puedan gustarle pero que a mí no me resulten
demasiado atractivos, porque queda feo eso de regalar un libro y pedirlo
prestado al cabo de quince días. Con ese empeño me personé en la librería el
lunes pasado. Y nada más entrar di con algo que pensé que podría ser de su
interés. Se trata de un libro ilustrado que acaba de publicarse y distribuirse.
Lleva por título El lienzo de don Casimiro, y recoge (supongo que lo
saben) reproducciones de las pinturas de la catedral de San Juan junto con
textos explicativos. Además, el libro va a acompañado de un DVD que se editó
con anterioridad. Sus autores son Marcelo Galiano y Francisco Collado. Yo
apenas había oído hablar de este proyecto, pero ocurre que conozco a uno de los
padres de la criatura (Marcelo), y me consta que es hombre creativo,
escrupuloso y versado en asuntos audiovisuales. El rápido vistazo que le di al
interior del libro me resultó satisfactorio. Nunca me han parecido a mí las
pinturas de la catedral muy meritorias desde el punto de vista artístico ni
estético, pero lo cierto es que en esta ciudad no andamos muy sobrados de arte
ni de estética. Nos guste o no, ese empapelado colosal que cubre los muros de
San Juan, perpetrado por un cura de Ayora a finales de los cincuenta y
principios de los sesenta, es parte de la historia moderna de esta ciudad. En
fin, que pensé que a mi padre (muy patriota él) podría gustarle y se lo compré.
Y le gustó, vaya que sí. El problema es que también me gustó a mí. Es más, fue
ponerme a hojear el libro y sentirme de repente transportado a mi infancia,
convertido de nuevo en un crío que anhelaba con toda su alma que el cura
pronunciara las palabras «podéis ir en paz» para darle gracias a Dios y salir pitando, y mientras tanto combatía el tedio
contemplando aquellas escenas tan sugestivas que decoraban los muros del
templo: el Juicio Final, los cuatro jinetes del Apocalipsis, la Creación...
Coros angélicos, pilas de cadáveres despanzurrados, escenas de ultraviolencia,
cuerpos desnudos contorsionándose mientras se precipitaban a los infiernos...
Hoy en día me consta que aquel cura valenciano no era precisamente una
reencarnación de Miguel Ángel, pero creo debemos reconocerle el mérito que
tiene, aunque solo sea el de haber cubierto los muros de la catedral con un
fascinante cómic cuya contemplación nos ha servido de solaz e inspiración a
varias generaciones de niños de Albacete, aliviándonos de paso el aburrimiento
de las misas de la catedral. Ahora estoy deseando que pase un tiempo prudencial
para poder pedirle a mi padre prestados
el libro y el DVD del lienzo de don Casimiro. Tengo ganas de volver a hincarle
el diente a esas pinturas y sumergirme de nuevo en mi infancia. Mientras tanto,
ayer no tuve más remedio que entrar en San Juan para refrescar la memoria.
Alabado sea el esfuerzo de Marcelo y de Francisco, más que necesario en una
ciudad como la nuestra, cada día más desprovista de elementos de referencia
capaces de fraguar una identidad común. ¡Alabado sea el lienzo de don Casimiro!
Publicado en La Tribuna de Albacete el 25/3/2013
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