Hay ocasiones en que uno cree haber alcanzado el colmo del absurdo en su vida o en su profesión y luego resulta que no, que siempre hay un paso más allá. Eso es lo que les está ocurriendo a mis colegas de la Comunidad Valenciana, que vienen a tener los mismos problemas que nos aquejan a los docentes de aquí, pero con el agravante de un gobierno regional aficionado a las bromas pesadas. Un amigo de Valencia me ha contado esta historia y juro que no doy crédito. Sigo pensando que todo esto no puede ser más que un chiste. Estoy seguro de que cualquier día recibirán una carta del señor Camps o de su Conseller de Educación, el señor Font de Mora, en la que les dirán algo así como «ja, ja, ja, innocents, innocents». Y ahí habrá acabado todo. Sin embargo, me preocupa el haber encontrado en internet una orden de la Conselleria de Educació, fechada el 16 de mayo, que parece ratificar lo que mi amigo me cuenta. Pero vamos a entrar en harina.
Todo viene a raíz de la implantación de la asignatura de «Educación para la ciudadanía» a partir del próximo curso, esa cuestión sin la cual los que escribimos columnas de prensa no sabríamos de qué hablar, y los demagogos tampoco. Y vaya por delante mi opinión de que en el fondo del asunto no hay más que un colosal error, una metedura de pata que el gobierno no ha querido o no ha sabido enmendar. Dudo seriamente que los asesores y pedagogos del Ministerio fueran capaces de prever la que se les venía encima por culpa de la dichosa asignatura, y ello a pesar de sus tortuosas mentes, cuya capacidad para el caos y la chapuza ha quedado más que demostrada. Me imagino que hasta lo hicieron con buena intención, convencidos de que estaban legislando de un modo progresista y conforme al gusto contemporáneo. El hecho de que se trate de una asignatura perfectamente inútil y ornamental carecía de importancia. Claro que luego los obispos pusieron el grito en el cielo, y las familias bienpensantes tomaron las calles en la creencia (un tanto paranoide, si me lo permiten) de que la asignatura era un medio de adoctrinamiento político y de disipación moral. Mientras tanto los señores del PP se frotaban las manos pensando en el rendimiento electoral que iban a obtener de todo aquello. En cuanto a los profesores, presuntos agentes de la corrupción de todos esos cachorros de la derecha, nos echábamos a temblar con la que nos venía encima, pues uno tiene ya asumida su condición de carne de cañón, y sabe que los gobiernos van y vienen, que los ministros llegan y se van, pero que nosotros permanecemos para capear el temporal de todos esos padres airados y ofendidos en sus convicciones morales.
Pero me estoy yendo del asunto, como de costumbre. Les hablaba de esa orden de la Generalitat Valenciana que ha logrado sacar de quicio a los profesores de allí, y eso que ya están curados de espanto, pobrets. Parece que en cierto momento alguien del Consell declaró: «Pues vale, si nos obligan a impartir esa cosa, que se imparta en inglés». La intención era la misma que si hubiera dicho «en chino» o «en suahili», es decir, hacer una broma a costa de la incapacidad de los alumnos para el aprendizaje de lenguas extranjeras y de la incompetencia de sus profesores para enseñárselas. El problema es que, a reglón seguido, decidieron elevar la broma a la categoría de ley, con lo que llegó la orden a la que he hecho referencia, según la cual, ¡la asignatura de «Educación para la ciudadanía y los derechos humanos» ha de impartirse en inglés en segundo de la ESO! Y no contentos con ello, hasta se permiten explicar la falla: «La Conselleria de Educación pretende, a través de la presente orden, dar respuesta a las demandas de una sociedad —la valenciana—, que desea avanzar hacia el plurilingüismo a través de la impartición en inglés de la materia». Impresionante tomadura de pelo a los alumnos, a sus familias y, sobre todo, al profesorado, que se convierte de este modo en víctima de las chulerías y los desplantes al gobierno perpetrados por el señor Camps y sus secuaces.
Aunque siempre he presumido de sentido del humor, y a veces la mejor forma de encajar una broma es llevarla hasta sus últimas consecuencias. Por eso les recomiendo a mis colegas valencianos que propongan a sus autoridades educativas lo siguiente: ya puestos a fomentar el plurilingüismo, ¿por qué no legislar también que la asignatura de religión se imparta en sus lenguas originales? ¿Se imaginan ustedes a nuestros galopines adolescentes discutiendo de teología en griego, leyendo el Evangelio en el latín de la Vulgata, practicando la exégesis bíblica en hebreo y en arameo? Eso sí que sería un avance educativo.
Volviendo a la realidad, no logro sacudirme la sensación de que tras este sinsentido se oculta lo de siempre: el hecho de que nuestros responsables políticos se toman la educación por el pito del sereno. Y prueba de ello es que, lo que debería ser una cuestión de Estado, se ha convertido en tema favorito de la trifulca política. Y ahora, rizando el rizo, en el argumento de una broma pesada. Visca València, che!
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