Además de la satisfacción de ver unos cuantos libros publicados, los años que llevo escribiendo me han proporcionado algunas experiencias interesantes. Algunas han sido buenas. Luego estarían las inclasificables, como aquella vez en que tuve el honor de cenar en la misma mesa que Francisco Umbral. Fue durante la fiesta de entrega del premio que lleva su nombre. En las palabras que nos dirigió, Umbral se refirió a mí como “un chico con gafas y mofletes, y cara de empollón”, y no supe muy bien si dar las gracias porque tan eximio genio de nuestras letras se estuviera cachondeando de mí o simplemente levantarme y largarme de allí. Opté por quedarme porque todavía no me habían dado el cheque, pero siempre he tenido esa espinita clavada en mi currículo literario. En cuanto a las malas experiencias, lo cierto es que han sido numerosas. Voy a pasar por alto todas esas cartas en las que me rechazaban manuscritos, con las que casi podría empapelar el pasillo de mi casa, los royalties que me escamotearon, las docenas de premios que no he ganado, las traducciones que jamás cobré y los libros cuya publicación se frustró en el último momento. Lo que me viene a la memoria es aquella vez en que mandé el manuscrito de una novela a unas diez editoriales de forma simultánea, en todos los casos acompañado de la misma carta de presentación: “Soy un gran admirador de su línea editorial. Leo con devoción todos los libros que publican, etc.” Nunca olvidaré el bochorno que me produjo la carta de respuesta de la editorial madrileña Páginas de Espuma: “Si fuera usted tan devoto de esta casa como afirma, sabría que nosotros no publicamos novelas, solamente relatos”. Al menos el incidente me sirvió para ir algo menos despistado por la vida.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 14/9/2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario