Un
gran peligro se cierne sobre la población masculina de este país. Pero
remontémonos a los orígenes del drama. Hace siete millones de años, algunos de
nuestros ancestros primates decidieron bajar de los árboles para procurarse el
sustento. Al principio caminaban apoyándose sobre los nudillos, pero
gradualmente adoptaron una postura más erguida, lo que les permitía una mejor
observación del entorno y de sus peligros. Eso afirman los paleontólogos,
aunque en mi opinión hubo otro factor determinante para un cambio evolutivo de
semejante trascendencia. Me refiero al momento en que el primer homínido macho
se incorporó para vaciar la vejiga. Imaginen la escena en una película de
Stanley Kubrick: el mono erguido meando frente al tronco de un árbol, el resto
de la tribu lanzando aullidos de asombro, las notas de Así habló Zaratustra tronando en la banda sonora. Varios millones
de años después, en homenaje a aquel remoto antepasado, los hombres españoles
seguimos orinando de pie. No así en otros países, especialmente en el centro y
norte de Europa, donde los machos humanos han regresado a la posición sedente
para realizar sus micciones. Esto, amigos, supone una grave regresión en el
proceso evolutivo de la especie. Y ahora viene el aviso: existe una
conspiración entre las mujeres de este país para que también los españoles nos
sentemos para orinar. Ellas esgrimen razones de índole higiénica. Afirman que apuntamos
mal y que después no reparamos el desaguisado. La realidad es mucho más
siniestra: pretenden despojarnos de los últimos restos de nuestra virilidad. Si
no actuamos con contundencia, dentro de poco la imagen del varón erguido proyectando
el poderoso chorro hacia la taza habrá pasado a la historia. Todos mearemos
sentados, como niñitas. Será el fin. Después, puede que ellas nos obliguen a
regresar a los árboles. ¡Rebélense, camaradas! ¡Resistan!
Publicado en La Tribuna de Albacete el 1/12/2017
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