El
pasado mes de mayo, el poeta y profesor valenciano Antonio Cabrera sufrió un
accidente que le produjo una grave lesión medular. Siete meses después, todavía
permanece ingresado en el hospital de parapléjicos de Toledo. Conforme el
tiempo transcurre, las esperanzas de recuperar la sensibilidad y el movimiento
disminuyen. Sus metas actuales son sencillas: perseverar en su terapia para no
tener que depender de ayuda mecánica para respirar, aprender a utilizar un
ordenador guiando un puntero con la nariz, tal vez recuperar el movimiento de
algún dedo, lo que le permitiría manejar su silla de ruedas sin ayuda. Antonio
y yo somos amigos desde hace muchos años. Él fue un poeta de vocación tardía,
pero su talento ha dado frutos magníficos en su madurez. Aunque no es un
escritor al alcance de todos, en los círculos más selectos se le admira y se le
respeta como el magnífico artista que es. La noticia de su accidente cayó entre
nosotros como una bomba. Soy incapaz de imaginar siquiera los momentos de
desesperación por los que habrá pasado. Sin embargo, en una reciente entrevista
para el diario El Mundo, afirma que
le parece absurdo mirar hacia atrás. Lo ocurrido queda en el pasado y nada se
puede hacer para cambiarlo. Antes era él quien iba hacia las personas y las
cosas. Ahora son las personas quienes deben ir hacia él, y muchas cosas de las
que antaño disfrutaba (el campo, las aves) quedan lejos de su alcance. Sin
embargo, él ha elegido la vida. Incluso ha vuelto a componer poesía: Médula, circula / hacia la vida, deja pasar
el tiempo / fluido de lo móvil. Tengo mucho que agradecerle a Antonio.
Incontables horas jubilosas de conversación, de risas, de lecturas compartidas.
Ahora, también el ejemplo de su entereza. Y el privilegio de poder seguir
disfrutando del resplandor de su talento, del calor de su amistad.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 10/11/2017
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