Hoy
les he estado hablando a mis alumnos de lo que se denomina el «genio de la
lengua», que viene a ser la capacidad expresiva de cada idioma para plasmar
determinados aspectos de la realidad, incluso para modelarla. Como ejemplo, les
he leído el artículo de una joven británica residente en España y casada con un
nacional. El texto aborda el inagotable caudal de palabrotas que usamos los
españoles en casi cualquier circunstancia, tanto para mostrar ira como para
todo lo contrario. A la chica, por ejemplo, le sorprende que usemos las mismas expresiones
como insultos y como cumplidos, lo que en inglés sería completamente inimaginable.
Le cuesta trabajo comprender que la frase «¡menudo pedazo de cabrón estás hecho!»
pueda recibirse con una sonrisa o con un puñetazo. No le cabe en la cabeza que
a los españoles no se nos pueda mentar a la madre en una confrontación verbal
sin provocar una respuesta violenta y, sin embargo, usemos el sintagma «de
puta madre» para decir que algo se nos figura el colmo de la excelencia. Y no
se trata de que los británicos no sazonen su habla con tacos, que sí lo hacen,
sino de que su repertorio es mucho más limitado e insípido que el nuestro,
apenas cuatro o cinco vocablos que hacen referencia a los genitales y que
siempre suenan ofensivos a oídos de un interlocutor educado. Cuando la joven
británica oye a su marido proferir exabruptos tales como «me cago en to lo que
se menea» (que ella intenta, torpemente, traducir como I shit on everything that moves), «que te folle un pez» (go get fucked by a fish) o «pollas en
vinagre» (pricks in vinegar), no le
queda más remedio que reconocer la superioridad de nuestra noble lengua
castellana cuando se trata de ser soez, pero de un modo barroco e imaginativo
que a veces roza lo sublime.
Publicado (en una versión ligeramente distinta) en La Tribuna de Albacete el 27/10/2017
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