El
lunes pasado, los colaboradores de La
Tribuna recibíamos una carta de Javier Martínez, el director, avisándonos de
los cambios de diseño en el diario. A mí los cambios me parecen muy bien,
aunque sean solamente de aspecto. Yo mismo cambio con frecuencia mi aspecto.
Procuro ganar algunos quilos a intervalos regulares. Me corto el pelo cada tres
meses. A veces incluso tiro a la basura los calcetines con agujeros. En el
fondo soy el mismo, pero de algún modo me siento renovado, más en comunión con
el mundo y con mis semejantes. Nos advertía también Javier de que nos
cuidáramos de pasarnos de frenada en la extensión de los artículos, aviso que
no caerá en saco roto. En el caso de esta columna, no puedo rebasar los 1.850
caracteres, incluyendo espacios. Ningún problema, porque viene a ser lo que
escribía hasta ahora, aunque nunca lo había medido de forma tan precisa. Pero
lo que de verdad me ha gustado es lo de los espacios. Desde hace tiempo, estoy
convencido de que las cosas más importantes de la vida discurren por los
espacios en blanco. Cuando creemos que no está pasando nada es cuando ocurren
las cosas trascendentales, las que lo cambian todo. La vida interior, que es la
que cuenta, solo es posible en los momentos de calma. Lástima que nos hayamos
empeñado en abolir los espacios en blanco, en llenarlo todo de imágenes y
voces, de ruido y de furia. Existe una guerra declarada contra el silencio. A
los que mandan no les interesa que tengamos tranquilidad, porque la calma
genera pensamiento, y eso siempre resulta peligroso. Ni siquiera ahora, cuando
acabo de alcanzar el carácter número 1.612 me siento tranquilo. Apenas me queda
una frase para rematar la columna. El pensamiento final. Pero he pensado que la
forma ideal de despedirme es dejar treinta espacios en blanco. Aquí los tienen.
Disfrútenlos.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 20/10/2017