Acabo
de descubrir que soy un negado para las nuevas tecnologías. Debuté como usuario
de internet hace casi veinte años, cuando nos conectábamos con aquellos módems
que trinaban como un canario desafinado y lo de la fibra óptica nos sonaba a
ciencia ficción. Me tenía por un tipo experimentado en el ciberespacio, un
auténtico perro viejo de la era digital. Pero el perro ha resultado ser
demasiado viejo, con los resultados que paso a explicarles. Mi intención era
invitar a una lista de amigos a la presentación de mi nuevo libro. Así pues, decidí
echar mano del móvil y del inevitable WhatsApp. Mala idea. Pensé que lo más
cómodo sería crear lo que se denomina una «lista de difusión», opción que
permite enviar el mismo mensaje a múltiples contactos sin que se note el truco.
Lo que hice, sin embargo, fue fundar uno de esos aborrecibles grupos de WhatsApp
que se han convertido en una pesadilla del mundo moderno. No bien me di cuenta
del error, me apresuré a tomar las de Villadiego. Pero el mal estaba hecho.
Todos mis contactos vieron el mensaje «Eloy ha creado el grupo» y, acto seguido,
«Eloy ha abandonado el grupo». El resultado lo supe a la mañana siguiente. Unas
ochenta personas, la mayoría de las cuales no se conocían entre sí, empezaron a
preguntarse de qué iba aquello. Algunos pensaron que se trataba de una broma.
Otros, de un experimento sociológico. Hubo quien se acordó de mis antepasados
hasta la quinta generación. Pasé mucha vergüenza, lo reconozco. Aunque ¿quién
sabe? Puede que sin proponérmelo haya dado pie al principio de nuevas
amistades. Incluso de nuevos romances. Prefiero pensar que mi papel ha sido el
de Carlos Sobera en First Dates. El
papel de mero idiota más bien me incomoda. En fin, si alguno de ustedes ha
aparecido en dicho grupo, reciban mis humildes disculpas.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 29/9/2017
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