Como
seguramente recordarán, a un pasajero de la compañía aérea United lo sacaron a
rastras de un avión aquejado de overbooking.
Hace un par de días se ha sabido de un escándalo similar que ha afectado a la
misma aerolínea. Esta vez se trataba de un hombre de negocios que había
comprado un billete en clase business
por la friolera de mil dólares. El buen señor fue invitado a cederle su asiento
a otro pasajero que la compañía consideraba prioritario, y a abandonar la
aeronave, cosa que hizo cuando lo amenazaron con esposarlo y entregarlo a las
autoridades. Desde que cayeron las Torres Gemelas, los ciudadanos de este mundo
postapocalíptico nos hemos habituado a tolerarlo casi todo, para empezar a que
ni siquiera se nos trate como a ciudadanos. Esta sensación de ser un paria
despojado de cualquier derecho se acentúa cuando uno decide emprender un viaje
aéreo. Conforme nos acercamos a facturar y a obtener las tarjetas de embarque,
empezamos a encomendarnos al santo de nuestra devoción para que nos dejen
embarcar sin cobrarnos tasas abusivas por exceso de equipaje. Al llegar al
control de seguridad, comprendemos que ni siquiera van a tratarnos como a seres
humanos, y que corremos el riesgo de que nos mangoneen, nos escaneen, nos
cacheen, nos desnuden, nos interroguen y nos humillen de todas las formas
posibles. Tampoco podemos relajarnos una vez abordo, porque cabe la posibilidad
de que vengan dos gorilas y nos echen a patadas. Todo esto debe complacer mucho
a quienes disfrutan con el rollo sadomaso. A los que no nos pone el asunto de
recibir latigazos y lamer suelas de zapatos, más bien nos da miedo. De hecho,
en el aeropuerto de Roma tienen una especie de cabinas para fumadores que yo decidí
no usar, aunque me moría por encender un pitillo. Vaya usted a saber si no
habrán decidido copiar a los nazis y sus cámaras de gas.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 21/4/2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario