Recuerdo
que cuando era un crío leía los mismos libros una y otra vez. Los de Los Tres Investigadores me los sabía
casi de memoria. También aquella preciosa edición ilustrada de Viaje al centro de la Tierra que todavía
debe andar por algún rincón olvidado de la casa paterna. En aquellos días, el
placer de la relectura era para mí muy superior al de la mera lectura.
Cuestiones como la emoción de desconocer el desenlace o lo imprevisto de los
giros argumentales me daban igual. Lo que me resultaba placentero de verdad era
el regreso a esos parajes ya recorridos (en ocasiones muchas veces), el
reencuentro con aquellos personajes a los que había llegado a considerar gente
de mi propia familia. Algo de esto perduró durante mi primera juventud. Tantas
veces leí las novelas de la serie de las Fundaciones,
de Isaac Asimov, que las recuerdo mucho mejor que las páginas leídas anoche, justo
antes de apagar la lámpara de la mesilla. Una parte sustancial de mí sigue
todavía extraviada por Macondo, cuyas calles recorrí tantas veces que los
Aurelianos y José Arcadios eran para mí como tíos emigrados a América. Ya en la
cincuentena, sin embargo, leo con cierta sensación de pérdida anticipada,
porque sé que jamás volveré a esas páginas que ahora recorro. Los libros se
suceden como una avalancha, y basta con decidirse a embarcarse en uno de ellos
para que otros títulos empiecen a aporrear la puerta. Me he convertido, quizás,
en un lector-consumidor, un lector impulsado por la urgencia y el apremio, demasiado
consciente, tal vez, de aquello de que el arte es largo, pero la vida demasiado
breve. Quizás mi auténtico patrimonio como lector, las páginas que de verdad me
acompañarán hasta el final, sean las de aquellos libros leídos de niño y de
adolescente. Aquellos libros a los que siempre regresaba, a los que siempre
regresaré.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 20/1/2017
1 comentario:
¡Cómo me identifico con esta entrada de blog! Tanto en lo de las lecturas recurrentes de niño como en eso de dejarse caer en la vorágine de la lectura rápida (no ayuda mucho tampoco el paso fugaz de los libros por las estanterías de novedades).
Veo a mi hija leyendo (y releyendo una y otra vez) sus Asterix, sus libros de Geronimo Stilton o sus libros de Los Cinco y me acuerdo de aquella época...benditos siete años...
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