El miércoles pasado nos desayunamos con la noticia
de la muerte de George Martin. Y siendo uno (permítaseme el palabro) biteliano
hasta la médula, el óbito no podía dejarme indiferente. Me vinieron a la memoria
las imágenes de esos documentales (la mayoría de ellos en blanco y negro) en
los que la banda de Liverpool realizaba alguna de sus legendarias grabaciones.
En estas imágenes casi siempre está presente un señor muy pulido y repeinado, cuyo
aspecto de alto ejecutivo no pega ni con cola con el de los jóvenes músicos,
cada vez más greñudos y excéntricos. George Martin suele permanecer en la
cabina de grabación, separada del estudio por una ventana de cristal, como un
zoólogo que estudia a una familia de primates en cautividad. Mientras los
Beatles bromean, conversan y prueban distintos arreglos, Martin maneja los
controles de una primitiva mesa de grabación y hace algunas observaciones a
través del micrófono con su educado acento de gentleman de clase alta. Al final de la sesión, el productor se
reúne con los músicos para comprobar el resultado. Y (¡magia!)
ahí están Nowhere Man, o Eleanor Rigby, o A Day in the Life. En definitiva, la magia de los Beatles que todos
conocemos. Y ocurre que el quinto mago no nació en Liverpool, sino en Londres,
y murió el miércoles pasado con noventa años cumplidos. Paul McCartney evoca su
figura en la cuenta de Facebook del grupo. Recuerda aquel día que llegó a los
estudios de Abbey Road con una nueva canción que pensaba grabar con un simple
acompañamiento de guitarra. «Podemos añadir un cuarteto de cuerda», propuso
Martin, a lo que Paul se negó recordándole que ellos eran una banda de rock.
«Bien, probemos de todos modos. Siempre estamos a tiempo para no usarlo». Al
día siguiente grabaron Yesterday. Se
nos ha muerto el quinto Beatle. Ya solo nos quedan dos.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 11/3/2016
1 comentario:
Descanse en paz, amigo George.
Gracias por dedicarle un artículo. Me gusta comprobar que los Beatles siguen presentes en nuestras vidas.
Un abrazo.
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