En un instituto de Madrid se ha suicidado una chica
que era víctima de acoso escolar. En estos casos el dolor y la indignación son
comprensibles. No me parece explicable, sin embargo, el ansia de ciertos medios
de comunicación por ofrecer carnaza a los espectadores cualquiera que sea el
suceso que se cubra, pero de modo muy especial si afecta al entorno escolar y
participan en él las nuevas tecnologías. Hace unas semanas vimos cómo un grupo
de profesores eran sometidos al linchamiento mediático por los comentarios que habían
realizado en su grupo privado de Whatsapp. Al informar sobre el caso de esta
niña madrileña, lo primero que los medios reflejan es la pasividad del equipo
directivo y de la orientadora del centro, su ineptitud para atajar la
situación, con la trágica consecuencia del suicidio de la menor. No han
faltado, por supuesto, las declaraciones de los compañeros y de algunos padres:
«¡Sí, claro que lo sabían! ¡Y no han hecho nada!» Y una vez encontrado el chivo
expiatorio, a otra cosa. No conozco el instituto en cuestión, pero teniendo en
cuenta que se encuentra en el cinturón obrero de Madrid y que alberga nada
menos que a 1.200 alumnos, no me resulta difícil imaginar las condiciones en
que allí se trabaja. Por otro lado, ya nos parece natural que a los chicos se
les permita ir siempre pertrechados de su móvil, artefacto que en manos de los
adolescentes se ha convertido en una especie de caja de Pandora, y que en el
caso de ciertos torturadores profesionales puede ser la herramienta perfecta con
la que practicar el acoso y la violencia. Nadie cuestiona la labor educativa de
los padres que costean alegremente esos dispositivos y no saben cómo poner
límites a sus hijos. Teniendo un grupo de profesores a mano para que carguen
con el mochuelo, cualquier otra consideración está de más.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 29/5/2015
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