Ojalá pudiera obviar el Congreso de Tauromaquia que
se perpetró en nuestra ciudad el fin de semana pasado, asunto que me parece
desagradable en extremo. Pero me indigna que nuestro gobierno regional se erija
en defensor de un espectáculo cuya moralidad muchos habitantes de esta región
ponemos en tela de juicio. Las coartadas son las de siempre. Se dice que las
corridas de toros son una manifestación cultural, aunque uno tiende a pensar
que el término «cultura» se emplea aquí más bien en su sentido antropológico,
lo que convertiría también en manifestaciones culturales las luchas de
gladiadores y los autos de fe del Siglo de Oro, espectáculos ambos muy
populares en su momento. Se insiste en que la tauromaquia ha inspirado a
artistas de renombre, lo cual es muy cierto, del mismo modo que los desastres
de la guerra inspiraron a Goya y los campos de concentración nazis a Primo
Levi, y ni los unos ni los otros adquieren legitimidad por ello. En fin, para
qué seguir repitiendo tópicos y sandeces. Lo que cuenta es que somos muchos
(pienso que la mayoría) los que opinamos que la «fiesta» no es más que un
símbolo de la España más borde y castiza. Y que resulta difícil sentirse
representado por esta presidenta de teja y mantilla que nos ha dejado en
ridículo al ensalzar este espectáculo que nada tiene de artístico, porque el
arte es sensibilidad y amor por lo bello, y no existe belleza en la crueldad,
la tortura y la muerte. Y para más escarnio lo ha hecho con dinero del contribuyente.
Puestos a elegir entre capitalidades indeseables, casi me quedo con la
patochada aquella de Albacete como capital internacional del circo. Al menos en
el circo no matan a los payasos al final de la función.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 6/3/2015
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