Hoy es el «Black Friday», es decir, el «viernes
negro». Supongo que el nombre le viene porque en los EE UU, tal día como hoy,
se produce el pistoletazo de salida de las compras navideñas, con lo que ello supone
de penuria y ruina económica para los tiempos venideros, en claro paralelismo
con el «martes negro» con el quedó inaugurada la Gran Depresión del 29. El viernes
negro se caracteriza porque es posible encontrar chollos en las tiendas, sobre
todo en las grandes superficies y en internet, un anzuelo que muchos tragan y
no sueltan hasta el final de las fiestas o hasta quedarse pelados por completo,
lo que venga primero. Lo que yo querría es que este viernes negro fuera posible
adquirir otras cosas aparte de ropa y cachivaches electrónicos. Quisiera que se
pusiera en venta un repelente eficaz para tramposos y embaucadores, y que se
vendiera muy rebajado para que todos pudiéramos comprarlo. Que los escaparates
se vaciaran de sinvergüenzas, y que los televisores en oferta no mostraran una
sola imagen del pequeño Nicolás ni de ningún otro fantasmón de los que acaparan
los horarios de máxima audiencia. Quisiera ver una oferta masiva de puestos de
trabajo, de viviendas dignas a precios asequibles, de justicia y de fraternidad
(ese concepto que todos se empeñan en llamar «solidaridad», como si nunca
hubiera habido una revolución en Francia). En la mejor tradición de los buenos
deseos navideños, me gustaría que en este país empezaran a ser baratas la
honradez y la decencia, porque así todo el mundo tendría su ración de ambas, y
que a los tramposos y los mentirosos y los canallas en general les salieran muy
caros sus chanchullos. Tal vez peque de ingenuo, pero estoy convencido que
todas estas cosas tendrían aún más compradores que los décimos del sorteo de
Navidad. ¿Para cuándo un «Black Friday» de todo lo que realmente nos hace
falta?
Publicado en La Tribuna de Albacete el 28/11/2014
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