La semana pasada se celebró el día de las librerías,
si bien la palabra “celebrar” se me figura inoportuna en este caso. El sector
sigue registrando una caída en picado que nadie parece capaz de atajar, ni las
editoriales ni los gremios de libreros ni, por supuesto, el gobierno del
Partido Popular, cuya política cultural guarda grandes similitudes con la de
Atila, rey de los hunos. Se invocan el fantasma de la crisis y las descargas
ilegales de ebooks como las causas principales de la espantada de los lectores,
pero la cuestión de fondo es si en este país hay lectores suficientes para
mantener esta industria, tan necesaria como decadente. Las editoriales y
librerías parecen pensar que no, como demuestra la avalancha de esos títulos
escritos por personas que no son escritores para un público de no lectores
(tomo prestada la idea del excelente artículo de David Torres titulado “Mamá,
quiero ser novelista”). Así las cosas, es muy probable que las próximas
Navidades volvamos a ver la irrupción de Mariló Montero en los primeros puestos
de las listas de ventas, y esta vez ni siquiera se trata de un libro de cocina.
Yo soy de los que piensan que para mantener en
funcionamiento las imprentas primero es necesario formar lectores, tarea que
compete a padres y a profesores, desde luego, pero en la que las editoriales de
libros juveniles no están exentas de responsabilidad. La receta actual consiste
en comprar derechos de novelas que ya han triunfado fuera, y luego seguir
ordeñando la vaca con variaciones ad
nauseam de lo mismo, productos clónicos que no aportan nada a las sagas
originales excepto mediocridad y hastío, pero que los adolescentes consumen con
la misma avidez que las palomitas en el cine. El problema es que así no se
crean lectores, tan solo consumidores de ficción facilona que, con el tiempo,
volverán la vista hacia otros productos que aún les cueste menos digerir. O
como mucho leerán a Mariló Montero.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 5/12/2014
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