La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

martes, 21 de octubre de 2014

Ciberchulos


Tres psicólogos de Harvard han demostrado que acabamos tomándoles manía a quienes fardan por las redes sociales. Seguro que los responsables de esta investigación se convierten en candidatos a los premios Ig Nobel, que galardonan la estupidez de quienes se embarcan en las investigaciones académicas más peregrinas del año. Por lo demás, todos conocemos a esos especímenes que dedican sus Facebooks o sus Twitters a restregarnos por la cara sus fascinantes vidas, repletas de viajes exóticos, comidas suculentas y eventos de postín. Mediante campañas permanentes de autopromoción, dichos fulanos buscan despertar admiración y aumentar su prestigio, pero tan solo consiguen generar un rechazo instantáneo, un rechazo cuya magnitud es directamente proporcional al grado y frecuencia de la chulería. Por mi actividad literaria, yo mismo he constatado el grado de encono que los escritores llegamos a sentir cuando un «amigo» de nuestro gremio anuncia que ha ganado un premio, o que va a publicar en una editorial de prestigio, o que sus fans lo adoran y le piden autógrafos por la calle. Hasta ahora yo pensaba que se trataba de envidia cochina, pero gracias a los tres psicólogos de Harvard he conseguido ponerme en paz con mi conciencia. La culpa, amigos, no es mía, sino de esos chulos del demonio que pretenden hacerme ver a toda costa que sus vidas son mejores que la mía. Con su obscena ostentación, lo único que demuestran es su incapacidad para comprender la naturaleza humana, que se solidariza con la desgracia ajena, pero reacciona de forma virulenta ante el éxito de los demás, sobre todo cuando este se nos restriega a diario desde la pantalla del ordenador. «¡Alegraos conmigo!», parecen decirnos. «¡Anda y que te den!», respondemos nosotros mentalmente. 

Publicado en La Tribuna de Albacete el 21/10/2014

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