Tres psicólogos de Harvard han demostrado que
acabamos tomándoles manía a quienes fardan por las redes sociales. Seguro que
los responsables de esta investigación se convierten en candidatos a los
premios Ig Nobel, que galardonan la estupidez de quienes se embarcan en las investigaciones
académicas más peregrinas del año. Por lo demás, todos conocemos a esos especímenes
que dedican sus Facebooks o sus Twitters a restregarnos por la cara sus
fascinantes vidas, repletas de viajes exóticos, comidas suculentas y eventos de
postín. Mediante campañas permanentes de autopromoción, dichos fulanos buscan
despertar admiración y aumentar su prestigio, pero tan solo consiguen generar
un rechazo instantáneo, un rechazo cuya magnitud es directamente proporcional
al grado y frecuencia de la chulería. Por mi actividad literaria, yo mismo he
constatado el grado de encono que los escritores llegamos a sentir cuando un
«amigo» de nuestro gremio anuncia que ha ganado un premio, o que va a publicar
en una editorial de prestigio, o que sus fans lo adoran y le piden autógrafos
por la calle. Hasta ahora yo pensaba que se trataba de envidia cochina, pero
gracias a los tres psicólogos de Harvard he conseguido ponerme en paz con mi
conciencia. La culpa, amigos, no es mía, sino de esos chulos del demonio que
pretenden hacerme ver a toda costa que sus vidas son mejores que la mía. Con su
obscena ostentación, lo único que demuestran es su incapacidad para comprender
la naturaleza humana, que se solidariza con la desgracia ajena, pero reacciona
de forma virulenta ante el éxito de los demás, sobre todo cuando este se nos
restriega a diario desde la pantalla del ordenador. «¡Alegraos conmigo!»,
parecen decirnos. «¡Anda y que te den!», respondemos nosotros mentalmente.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 21/10/2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario