Desde la perspectiva de este viernes la feria
empieza a parecer un sueño. ¿Dónde ha ido a parar esa marea humana que invadía
hasta el último rincón del ferial y de sus aledaños? Todo se ha esfumado de repente
como barrido por un viento bíblico. Las atracciones las tómbolas y los
chiringuitos pertenecen a un pasado que sabemos reciente, pero que empieza a desdibujarse
como algo mítico e irreal. Esa juerga desaforada a la que esta ciudad se
entrega cada septiembre se ha devorado de nuevo a sí misma, y el exceso ha dado
paso a la expiación. Los niños han vuelto al colegio y los comercios abren por
la tarde. Nos sentimos un poco culpables, como un novio que ha traspasado todos
los límites en la noche de su despedida de soltero, pero también aliviados porque
todo ha quedado atrás, todo está perdonado y podemos volver a ser nosotros
mismos. Lo que hace unos días era normal ahora nos parece extraño, como esa rutina
de completar giros por el recinto ferial, en una dirección, luego en la
opuesta, por el círculo interior y por los anillos concéntricos, abriéndonos
paso a duras penas entre la multitud beoda y estridente, pisoteando envases
vacíos y charcos hediondos, aguantando gritos y empellones, ensordecidos, desorientados,
vagando sin propósito, como si la feria y sus círculos fueran un artefacto
ideado para anular nuestra voluntad y retenernos en su interior. Y puede que
sea así, que el diseño laberíntico y circular del recinto ferial responda al de
una gran máquina de realidad virtual que nos mantiene a todos prisioneros para
extraer de nosotros toda nuestra energía y todo nuestro dinero. Hasta resulta
concebible que esta calma y esta normalidad que hoy disfrutamos no sean reales,
sino alucinaciones inducida en nuestros cerebros por quienes operan ese ingenio
que nos mantiene girando como sonámbulos, como seres sin cerebro, sin
propósito, sin mañana.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 19/9/2014
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