La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

lunes, 5 de mayo de 2014

"Lomcelingüismo"


Anda muy ocupado el ministro de educación con implantar la LOMCE, que sobre el papel tiene sus cosas buenas y no tan buenas, igual que todas las leyes. No es mala idea la de reforzar la formación profesional para convertirla en una opción más atractiva para los estudiantes. Eso no significa que la FP sea la panacea, porque no tiene sentido formar buenos profesionales sin que exista un mercado laboral capaz de absorberlos, pero al menos se beneficiarán otros países que podrán disponer de trabajadores cualificados sin tener que afrontar el enorme gasto que significa formarlos. Ahí tenemos a nuestros graduados universitarios, médicos, arquitectos y demás, buscándose los garbanzos allende nuestras fronteras, donde no han hecho nada para merecérselos, salvo ser capaces de apreciar el potencial de un profesional joven y bien formado.
Aunque lo cierto es que esta emigración forzosa de jóvenes con estudios se ve dificultada por la barrera del idioma. Es decir, nuestros graduados están muy bien preparados en casi todo menos en lenguas extranjeras, salvo que sus padres hayan logrado inculcárselas a base de colegios bilingües y estancias en el extranjero, en otras palabras, a golpe de talonario. Les hablo desde mi experiencia como profesor de inglés, y también con la impotencia de quien tiene un pariente enfermo y comprueba que los sucesivos médicos que le visitan son incapaces de acertarle con el tratamiento. La enfermedad es esa «afasia» para las lenguas extranjeras que afecta a la mayoría de nuestros estudiantes, un mal que en España se ha convertido en endémico.
Si alguien le preguntara a un profesor de idiomas cuál es, a su criterio, el modo más eficaz de mejorar la competencia nuestros estudiantes en lenguas extranjeras, la respuesta sería «grupos más reducidos, mejora de los medios audiovisuales, refuerzo de la asignatura con más horas lectivas y auxiliares nativos de conversación». Todo esto permitiría, además, desplazar el énfasis desde lo puramente gramatical a la comunicación, porque lo que importa en realidad no es que los alumnos sepan construir oraciones pasivas en un examen, sino que sean capaces de conversar, de leer y de escribir con corrección en el idioma que estudian. Como es lógico, los profesores de idiomas también debemos adquirir el compromiso de reciclarnos y ponernos al día en nuevas tecnologías y métodos de enseñanza (algo que la mayoría ya llevamos mucho tiempo haciendo, puestos a decirlo).
La respuesta de la LOMCE, sin embargo, es el plurilingüismo o «lomcelingüismo», una fórmula a mi criterio tan ajena al sentido común como vistosa para los escaparates. Los alumnos estudiarán parte de sus asignaturas ordinarias en una lengua extranjera. ¿Que no hay profesores capacitados para ello? Pues inventémoslos. ¿Que el resultado es una chapuza? No importa, siempre y cuando sirva para que los responsables políticos ejerzan la charlatanería a gusto. Pero estoy siendo injusto. En mi propio centro podría mencionar a varios compañeros que hacen un trabajo muy meritorio, asumiendo el dificilísimo reto de dar buena parte de sus clases en otro idioma, casi siempre a costa de esfuerzo personal y mucho tiempo extra de preparación. Por desgracia, estas moderneces sacadas de un chistera suelen ser un gran reclamo para los oportunistas y los vendedores de humo, que haberlos, haylos. Pero esto es lo que conocíamos hasta ahora (no en vano tenemos «secciones europeas» o «bilingües» desde hace al menos diez años), y el «lomcelingüismo» no se detiene ahí. ¿Que necesitamos a un profesor de educación física que sepa jalear a los alumnos en inglés o en alemán? Pues qué mejor forma que proponer su nombramiento «a dedo», cosa que los directores de los centros pueden hacer según el artículo 122 bis de la LOMCE, saltándose a la torera las listas de profesores interinos, los méritos por experiencia y antigüedad, el acceso a la función pública y el sursum corda. En fin, que volvemos a ser un país de opereta, el país de los cuñados y los enchufados. A este paso, dentro de poco será imposible distinguir un colegio público de uno privado. Aunque puede que esa sea la idea.
No estoy seguro de que todo este despropósito sirva para que nuestros chicos aprendan más inglés, francés o alemán. Pero al menos espero que sirva para ayudarlos a emigrar a algún país serio donde puedan trabajar y construirse una vida decente, y donde sus hijos se beneficien de un sistema educativo racional que conceda a las lenguas extranjeras el rango que merecen. Por lo demás, en esto de los idiomas conviene que nos miremos en países como Holanda o Suecia, donde el aprendizaje de lenguas extranjeras no es un problema de promulgar leyes sobre papel mojado, sino una preocupación que atañe a toda la sociedad. Ahí está el auténtico plurilingüismo. Y, como diría Hamlet, the rest is silence.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 2/5/2014

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