Anda muy ocupado el ministro de educación con
implantar la LOMCE, que sobre el papel tiene sus cosas buenas y no tan buenas,
igual que todas las leyes. No es mala idea la de reforzar la formación profesional
para convertirla en una opción más atractiva para los estudiantes. Eso no significa
que la FP sea la panacea, porque no tiene sentido formar buenos profesionales
sin que exista un mercado laboral capaz de absorberlos, pero al menos se
beneficiarán otros países que podrán disponer de trabajadores cualificados sin
tener que afrontar el enorme gasto que significa formarlos. Ahí tenemos a
nuestros graduados universitarios, médicos, arquitectos y demás, buscándose los
garbanzos allende nuestras fronteras, donde no han hecho nada para
merecérselos, salvo ser capaces de apreciar el potencial de un profesional
joven y bien formado.
Aunque lo cierto es que esta emigración forzosa de
jóvenes con estudios se ve dificultada por la barrera del idioma. Es decir,
nuestros graduados están muy bien preparados en casi todo menos en lenguas
extranjeras, salvo que sus padres hayan logrado inculcárselas a base de
colegios bilingües y estancias en el extranjero, en otras palabras, a golpe de
talonario. Les hablo desde mi experiencia como profesor de inglés, y también
con la impotencia de quien tiene un pariente enfermo y comprueba que los
sucesivos médicos que le visitan son incapaces de acertarle con el tratamiento.
La enfermedad es esa «afasia» para las lenguas extranjeras que afecta a la
mayoría de nuestros estudiantes, un mal que en España se ha convertido en
endémico.
Si alguien le preguntara a un profesor de idiomas
cuál es, a su criterio, el modo más eficaz de mejorar la competencia nuestros
estudiantes en lenguas extranjeras, la respuesta sería «grupos más reducidos,
mejora de los medios audiovisuales, refuerzo de la asignatura con más horas
lectivas y auxiliares nativos de conversación». Todo esto permitiría, además,
desplazar el énfasis desde lo puramente gramatical a la comunicación, porque lo
que importa en realidad no es que los alumnos sepan construir oraciones pasivas
en un examen, sino que sean capaces de conversar, de leer y de escribir con
corrección en el idioma que estudian. Como es lógico, los profesores de idiomas
también debemos adquirir el compromiso de reciclarnos y ponernos al día en
nuevas tecnologías y métodos de enseñanza (algo que la mayoría ya llevamos
mucho tiempo haciendo, puestos a decirlo).
La respuesta de la LOMCE, sin embargo, es el
plurilingüismo o «lomcelingüismo», una fórmula a mi criterio tan ajena al
sentido común como vistosa para los escaparates. Los alumnos estudiarán parte
de sus asignaturas ordinarias en una lengua extranjera. ¿Que no hay profesores
capacitados para ello? Pues inventémoslos. ¿Que el resultado es una chapuza? No
importa, siempre y cuando sirva para que los responsables políticos ejerzan la
charlatanería a gusto. Pero estoy siendo injusto. En mi propio centro podría
mencionar a varios compañeros que hacen un trabajo muy meritorio, asumiendo el
dificilísimo reto de dar buena parte de sus clases en otro idioma, casi siempre
a costa de esfuerzo personal y mucho tiempo extra de preparación. Por
desgracia, estas moderneces sacadas de un chistera suelen ser un gran reclamo
para los oportunistas y los vendedores de humo, que haberlos, haylos. Pero esto
es lo que conocíamos hasta ahora (no en vano tenemos «secciones europeas» o
«bilingües» desde hace al menos diez años), y el «lomcelingüismo» no se detiene
ahí. ¿Que necesitamos a un profesor de educación física que sepa jalear a los
alumnos en inglés o en alemán? Pues qué mejor forma que proponer su
nombramiento «a dedo», cosa que los directores de los centros pueden hacer
según el artículo 122 bis de la LOMCE, saltándose a la torera las listas de
profesores interinos, los méritos por experiencia y antigüedad, el acceso a la
función pública y el sursum corda. En
fin, que volvemos a ser un país de opereta, el país de los cuñados y los
enchufados. A este paso, dentro de poco será imposible distinguir un colegio
público de uno privado. Aunque puede que esa sea la idea.
No estoy seguro de que todo este despropósito sirva
para que nuestros chicos aprendan más inglés, francés o alemán. Pero al menos
espero que sirva para ayudarlos a emigrar a algún país serio donde puedan
trabajar y construirse una vida decente, y donde sus hijos se beneficien de un sistema
educativo racional que conceda a las lenguas extranjeras el rango que merecen.
Por lo demás, en esto de los idiomas conviene que nos miremos en países como
Holanda o Suecia, donde el aprendizaje de lenguas extranjeras no es un problema
de promulgar leyes sobre papel mojado, sino una preocupación que atañe a toda
la sociedad. Ahí está el auténtico plurilingüismo. Y, como diría Hamlet, the rest is silence.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 2/5/2014
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