Entre los que nos dedicamos a esto de la creación
existe una antigua polémica acerca de si es posible triunfar y darse a conocer
desde Albacete. Hace veinte años o menos esta discusión no habría tenido sentido.
La respuesta habría sido un rotundo no. Pero luego vinieron los avances en las
comunicaciones, el AVE y, sobre todo, internet, que nos permite alimentar la
ilusión de que poseemos el don divino de la ubicuidad. Ahora podemos encontrar
ejemplos para todos los gustos. Hay pintores de Albacete que se han mudado a la
capital y han cosechado un gran reconocimiento (como el estupendo José Luis
Serzo), pero también están los que han preferido quedarse y aun así han logrado
adquirir una proyección nacional y allende nuestras fronteras. Ahí está, por
ejemplo, Pepe Enguídanos, que un día está exponiendo en Frankfurt y al
siguiente se teletransporta hasta la barra del Víktor o del Indiano. Los actores
y directores teatrales de Albacete, sin embargo, parecen tenerlo mucho más
difícil para prosperar en nuestra tierra. Y de los músicos casi mejor ni
hablamos. Pero permítanme centrarme en lo mío, que es la escritura. ¿Es
necesario mudarse a una gran ciudad para darse a conocer como escritor?
El sentido común parece decirnos que no. A fin de
cuentas, para escribir bien no hace falta más que un poco de talento, bastante tiempo y algo de tranquilidad, y Albacete parece un lugar mucho más propicio
para encontrar tiempo y tranquilidad que cualquier gran ciudad, donde la vida transcurre
a un ritmo mucho más frenético y el tiempo se evapora entre autobuses y vagones
de metro. Y para las comunicaciones está correo electrónico, esa maravilla de
la tecnología que funciona con la misma velocidad y eficacia desde Madrid,
desde Albacete o desde Pernambuco. Pero la cosa no es tan sencilla, y en este
caso los hechos contradicen el sentido común. Verán, el mundillo literario (tal
vez el mundillo artístico en general) es un ámbito restringido, más bien
tirando a pequeño en el cual todo el mundo se conoce y la gente se encuentra
con frecuencia. Presentaciones, charlas, fallos de premios, lecturas… Si suelen
frecuentar esos actos, se habrán dado cuenta de que siempre se repiten las
mismas caras. Pues bien, en Madrid o Barcelona ocurre exactamente lo mismo aunque
a una escala algo mayor (pero no mucho mayor). Las caras quizás sean más
conocidas, pero igualmente poco numerosas y repetitivas. La realidad es que el
ambiente literario es provinciano hasta donde no debería serlo. Y para
complicarlo todo, es en estas ocasiones sociales donde los autores tratan a
toda costa de darse a conocer por el procedimiento de buscar la aprobación y el
apoyo de otros autores más conocidos, de críticos influyentes y de editores.
Tengo amigos escritores que residen en Madrid y pasan más tiempo de corrillo en
corrillo que sentados delante del ordenador. Cualquiera de ellos reconocería
que una ciudad de provincias como Albacete es mucho más propicia para la
creación, pero lo que Albacete te da, Albacete te lo quita. Quedarse aquí viene
a ser un pasaporte al anonimato, lo que en ocasiones se manifiesta de un modo
casi grotesco. Recuerdo un premio literario que tuve la fortuna de ganar hace
tiempo. «¿De dónde eres?», me preguntó uno de los miembros del jurado. «De Albacete»,
repuse. «Ah, muy bien, así que alcarreño», concluyó él.
El sambenito de autor local es como una losa que nos
impide remontar el vuelo. Quienes escribimos desde aquí tenemos que aguantar la
condescendencia (cuando no el menosprecio) de quienes, por su trabajo o por su posición,
deberían apoyar sin titubeos la literatura albaceteña, al menos la de calidad.
Y me refiero a ciertos bibliotecarios y gestores de cultura locales. Aunque a
los que escribimos eso más bien nos trae sin cuidado. Más grave es el dilema
que supone saber que es en otros sitios donde se cuecen las cosas, generalmente
en petit comité, y que cualquier
proyecto emprendido desde aquí suele verse dificultado o frustrado por nuestra
condición de periféricos. Por eso he decidido realizar un casting con el propósito encontrar un doble en Madrid.
Hace un tiempo conté cómo mi amiga, que a la sazón
pasaba unos días de vacaciones en Benidorm, había localizado a un doble mío. El
pobrecillo, que en efecto era mi vivo retrato, resultó ser murciano. ¿Cuántos
dobles míos habrá entonces en la capital, con sus tres millones largos de
habitantes? Mi idea es apostarme en algunas de las esquinas más concurridas
(Callao, Sol, etc) y limitarme a esperar. Y cuando aparezca un tipo que se me
parezca mucho, abordarlo y hacerle mi oferta: «¿Quiere usted asistir a actos
literarios por mí?» Si se muestra interesado, pasaríamos a lo detalles:
«Solamente tiene usted que estar ahí y localizar a ciertos fulanos
(fundamentalmente editores) cuyas fotografías le proporcionaré. Entonces, según
un guión aprendido, les hablará de mi trayectoria literaria y se brindará a
hacerles llegar un currículum y algún manuscrito». Por mi parte, me dedicaré a
cultivar la ficción de que resido en Madrid a través de las redes sociales, colgando
fotos de mi doble en compañía de rostros conocidos de la literatura y
publicando prolijos comentarios sobre saraos a los que no he asistido. Es
cierto que tendré que invertir algo de dinero, porque no creo que mi doble se
preste de modo altruista a la complicada tarea de ser yo, pero creo que la
inversión merecerá la pena. Todo sea por no tener que irme a vivir a una gran
ciudad, con lo tranquilo que se vive aquí.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 11/4/2014
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