Acaban
de hacerme una foto para la orla de este curso. Me refiero a la orla de mis
alumnos de 2º de Bachillerato, los que abandonan el instituto en junio. No
acabo de entender muy bien por qué nuestros alumnos se empeñan en que las fotos
de los profesores aparezcan encima de las suyas. Supongo que en estos casos la
tradición es la que manda, porque de otro modo no se explica que les apetezca
conservar las imágenes de quienes les hemos estado haciendo la pascua durante
años, frustrando sus ansias de libertad, exigiéndoles infinidad de tareas y de ingratas
horas de estudio y, para más inri, aburriéndolos con peroratas muy alejadas, en
la mayoría de los casos, de sus intereses reales. El día de la foto para de
orla ellos bien ataviados para la ocasión: camisa blanca y corbata oscura,
tanto chicos como chicas, y una beca azul con un escudo que reproduce la
inconfundible fachada del instituto. Los profesores, sin embargo, venimos
vestidos como todos los días. A mí hasta se me ha olvidado traerme el peine y
la foto que me han tomado me muestra más bien desaliñado. Me han ofrecido la
posibilidad de reutilizar la foto que me hicieron el año el año pasado, pero he
preferido actualizar mi imagen, a pesar de que el contraste con los chicos, tan
guapos y arreglados para la foto, me deja en bastante mal lugar. Con todo, prefiero
que la orla de este año me muestre como soy. No tiene sentido anclarse en el
tiempo, ni siquiera un solo curso. Lo más digno es dejarse llevar mansamente
por la corriente de los años, dejarse envejecer sin ofrecer resistencia.
En
las paredes de la sala de profesores de mi instituto cuelgan las orlas de
varias promociones. La más antigua es del curso 1983-84. Por entonces yo tenía
veinte años y no hacía mucho que había dejado este lugar como alumno. También
están las orlas de las dos promociones siguientes. Luego hay un salto de varios
años hasta el curso 1996-97, en la cual ya aparezco entre los profesores. Y
también en todas las siguientes. Muchos de los compañeros que se retrataron
conmigo ya no están. La mayoría se han jubilado. Algunos incluso han fallecido
(Elías, Vicente, Josefina, Victoria, Javier, José Antonio…). Si repaso mis
fotos de las orlas de forma sucesiva, es como si estuviera viendo una de esas
películas denominadas “time lapse”, en
las que horas, días o meses se contraen en unos pocos segundos. En el lapso de
un parpadeo, observo cómo me voy convirtiendo en el que soy ahora. Tenía 26
años cuando empecé a dar clase en este centro. Ahora acabo de cumplir los 50.
Esas pequeñas fotos son el mejor testimonio de mi paso por este instituto
centenario, mi pequeña aportación a una labor en la que hemos participado miles
de alumnos y de profesores, y que nos ha llevado hasta dónde estamos ahora. Pero
¿qué lugar es este en el que nos encontramos?
La
LOMCE empieza a implantarse el próximo curso. Una reforma educativa más que ha
sido precedida por recortes y despidos. Muchos compañeros tienen miedo de
perder una plaza que les ha costado el esfuerzo de muchos años de carretera, la
incertidumbre de varios concursos de traslados. Otros compañeros, aún menos
afortunados, se enfrentan al terrible horizonte del desempleo. Los partidos
políticos siguen empeñados en este juego absurdo de arreglar la educación a
golpe de BOE sin atacar la raíz del problema, y mientras estos reforman lo que
ya se reformó, los otros amenazan con contrarreformar lo que ahora se reforma.
La Educación para la Ciudadanía y las clases de Religión, asuntos que en los
institutos preocupan muy poco, se convierten en una cuestión de Estado, pero
nadie se molesta en preguntar a los profesores (únicos y auténticos
profesionales involucrados) por qué las cosas funcionan mal y qué se puede
hacer para arreglarlas. De modo que aquí estamos, a punto de embarcarnos en una
nueva reforma que no arreglará nada, unas siglas vacías que se mezclaran con
todas las anteriores en esa gran sopa de letras en la que naufraga la educación
española.
Pero
algo me consuelan los días como el de hoy, cuando viene el fotógrafo para tomar
las fotos para la orla, que en realidad no es otra cosa que una gran foto de
familia. Porque la esencia de la educación no son las leyes ni las reformas ni
los políticos que las promulgan y las derogan. La esencia de la educación está
en esa orla que hoy se forma con las fotos de todos, y en esas otras orlas que
me rodean en la sala de profesores de mi instituto: caras jóvenes que cambian
de un año para otro, caras no tan jóvenes que permanecen, que se transforman y
que un día desaparecen, pero que van dejando un poso, un sedimento en el que
alienta el deseo de hacer las cosas lo mejor posible, a pesar de los vaivenes
políticos y de los recortes presupuestarios. Ellos y nosotros, alumnos y
profesores, los que trabajamos día tras día con la mirada puesta en el futuro. Esta
marea de caras y de nombres representa a quienes de verdad tiramos del carro de
la educación en nuestro país. Y tampoco pedimos tanto a cambio. Solamente que
nos dejen hacer nuestro trabajo con tranquilidad y con dignidad, y que, si no
hay inconveniente, nos permitan volver a retratarnos en la orla del año que
viene.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 31/1/2014
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