En los mentideros de internet se ha acuñado la
expresión WTF movies. WTF son las iniciales de “what the fuck!”, que es lo que los
angloparlantes no muy refinados exclaman cuando el significado o propósito de
algo se les escapa por completo. De este modo, las WTF movies serían aquellas películas que nadie o que casi nadie
entiende. Partamos de la base de que no toda obra (ya sea literaria, plástica o
musical) tiene por qué ser necesariamente accesible a todo el mundo. El
lenguaje del arte se aprende poco a poco, y nadie que consuma únicamente cine
comercial puede aspirar a disfrutar con una película de Bergman (mientras que
lo contrario sí que es posible). Con todo, sigue existiendo una categoría de
películas a las que ni el más avezado cinéfilo es capaz de hincarles el diente,
salvo que la pedantería o el miedo a hacer el ridículo lo lleven a mentir como
un bellaco. Estas serían las WTF, de las que me dispongo a realizar mi propia y
particularísima lista.
En el número uno, la que para mí siempre será la WTF
por antonomasia: el clásico de Stanley Kubrick 2001, una odisea del espacio, especialmente su tramo final. Muy
pocos de los que vieron la película en su momento (ni los propios actores)
entendieron qué demonios era el monolito ni qué perseguía la misión de la
Discovery. Pero cuando el astronauta Bowman abandonó la cápsula y empezó a ver
luces psicodélicas por doquier, la historia adquirió unos tintes más propios de un concierto de los primeros Pink Floyd que de una cinta de
ciencia ficción. Como curiosidad, sepan que la historia está basada en un
relato de Arthur C. Clarke titulado El
centinela. Clarke y Kubrick trabajaron simultáneamente en el guión de la
película y en la novelización de ese guión, lo que resulta muy lógico en vista
de los resultados. Todo lo que en la película tiene de oscuro, ambiguo y
simbólico, la novela lo explica a la perfección, por lo que la segunda no deja
de ser el manual de instrucciones para comprender la primera, la guía
imprescindible para cualquier espectador curioso.
De hecho, no estaría nada mal que en algunas películas, junto con la entrada, se entregara una guía o esquema que permitiera al espectador una
comprensión cabal. Mucho mejor eso que tener al lado a un listillo que se pasa
toda la proyección explicándole la película a su novia. A mí esto me habría
venido muy bien para comprender la trama de Origen,
de Christopher Nolan, en la que me quedé a dos velas a partir del minuto 20 de metraje.
Comprendí que la historia relataba una misión en la que una especie de hackers del universo onírico se
introducían en los sueños de un magnate para obligarlo a tomar cierta decisión
financiera. Por desgracia, la cosa no quedaba ahí, porque una vez dentro del
sueño se iban zambullendo en otros sueños, cada vez en un nivel más profundo. Alertado
como estaba, y ante la insistencia de mi amiga de ver la cinta en DVD, dediqué
un largo rato a descifrar el argumento gracias a la amplia sinopsis que se
puede leer en la Wikipedia. Ni que decir tiene que quedé a la misma altura que
el listillo antes mencionado, el que le explica la película a su novia.
Christopher Nolan es también el responsable de Memento, una de las películas de
argumento más endiablado de la historia del cine. El protagonista es un tipo
cuya esposa ha sido asesinada. Él mismo ha sufrido una lesión cerebral que le
ha provocado un curioso tipo de amnesia: le resulta imposible almacenar nuevos
recuerdos. Mientras avanza en la investigación que le conducirá al asesino de
su mujer, el protagonista se ve obligado a tatuarse los hechos que va
descubriendo antes de que se le olviden. Para complicar todavía más la trama,
la historia está contada al revés, y se va remontando desde su desenlace hasta
sus primeros compases. Dudo que nadie haya sido capaz de entender semejante
galimatías sin sufrir, al igual que el protagonista, un daño cerebral severo
Pero sin duda hay un rey del género WTF, que no es
otro que el norteamericano David Lynch, cuyos guiones para cintas como Mulholland Drive o Carretera perdida son dignos de una pesadilla kafkiana. Cabeza borradora, primer largometraje de
Lynch, entraría más en la categoría de alucinación filmada que en la de
película propiamente dicha. La sombra de Buñuel es alargada.
Aunque tal vez el error esté precisamente en aspirar
a comprenderlo todo. En sus consejos a los actores, Hamlet les advierte que su
arte debe consistir en sostener un espejo ante la naturaleza, con lo que no
hace sino repetir el precepto aristotélico de mímesis. El arte debe reflejar la naturaleza, y la naturaleza es
caos, sobre todo nuestra naturaleza interior, el contenido de nuestra mente y
de nuestros sueños. Aquello que resulta demasiado fácil de comprender, lo que
no exige el esfuerzo del que lee o del que mira, tal vez peque de evidente y,
por tanto, de trivial. En cambio, las zonas de penumbra bullen de misterio y de
significados. Quizás debamos estarles agradecidos a todos estos cineastas por
no exponer a la luz todos sus misterios. Excepto a Julio Médem, a quien solo le
debemos gratitud por no haber realizado ninguna película durante todo el año
pasado, como nuestro paisano Ernesto Sevilla recordó en la última gala de los premios Goya.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 21/2/2014
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