Les invito ahora a que usen la aplicación Google Earth y se sitúen en las siguientes coordenadas: 38°14'49.89" N 122°24'41.08" W. Comprobarán que no hay mucho que ver. Se trata de un paisaje rural bastante anodino: hierba agostada, unos cables eléctricos, una viña, unas pequeñas colinas al fondo. Pues bien, se trata del sitio exacto donde Charles O’Rear detuvo su coche para tomar la celebérrima foto. Como saben, el valle californiano de Napa es la región de mayor producción vitivinícola de los EE UU (¿quién no recuerda la divertidísima película Entre copas?), pero durante los años 90 muchas viñas californianas se infestaron de filoxera, al igual que los viñedos de medio mundo, y fue necesario arrancarlas, y donde antes estaba la vid creció la hierba. Paradójicamente, fue una plaga devastadora la que dio lugar a una imagen que la totalidad del planeta identifica con los ideales de paz y de felicidad.
Para mí, la imagen tiene un precedente en el la pintura moderna norteamericana. Me refiero al cuadro titulado Christina’s World, pintado en 1948 por Andrew Wyeth, que se exhibe en el MOMA de Nueva York. El prado del cuadro podría ser el mismo que el de la fotografía. La diferencia es la presencia humana (una muchacha reclinada sobre la hierba en primer término y una granja en lo alto de la colina). Sin embargo, la similitud estética entre ambas imágenes es tan estrecha que no parece sino que esa granja del estado de Maine (la del cuadro) se hubiese materializado a miles de kilómetros de distancia, en el estado de California, justo cuando el fotógrafo Charles O’Rear pasaba por allí con su coche cuarenta años después.
El secreto de la belleza en el arte no está en el cuadro o en la fotografía, en lo que se plasma, sino en la mirada del artista, en ese instante prodigioso en el que se encuentran lo contemplado y la sensibilidad del observador. El prado de Microsoft solo ha existido de forma fugaz en la cabeza de dos artistas. Uno de ellos lo plasmó con sus pinceles, el otro supo encontrarlo bajo la capa anodina de la realidad y se detuvo a fotografiarlo. El poeta norteamericano Wallace Stevens describió este prodigio en un famoso verso: Beauty is momentary in the mind («la belleza es un instante en la mente»). Un instante que puede justificar toda una vida.
Muchas veces me he demorado en la contemplación de ambas imágenes. El mundo de Christina y Bliss. En la primero (la pintura) se cuenta una historia: la de Christina Olson, una chica enferma de poliomielitis que se ve obligada a arrastrase sobre la hierba que crece en torno a la granja de su familia. En la segunda (la fotografía) la naturaleza se nos ofrece desnuda de presencia humana. La historia ocurrió antes: la de la plaga de insectos que obligó a arrancar las vides. Pero esa historia no se cuenta en la imagen. Y el prado se exhibe ante nuestros ojos en toda su belleza elemental, como pidiéndonos que sea nuestra mirada la que lo llene de historias. O tal vez ni siquiera eso. Sencillamente invitándonos a descansar la vista y a dejarnos llevar por su silencio. Felicidad en estado puro.
Publicado en el diario La Tribuna de Albacete el 20/12/2013
1 comentario:
Un buen cierre del año: Wallace Stevens y Andrew Wyeth, dos buenos referentes para romper con el pasado que nos deja el 2013 y aprender a buscar la belleza entre la (previsiblemente todavía dura) realidad que nos plantea el 2014. Felicidades por la columna.
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