Recién
llegado de Asturias, uno se siente como si hubiera regresado de otro
continente. Los retazos de mar entre la niebla, las montañas, los acantilados,
el aroma de los helechos… Desde esta ciudad de asfalto ardiente, todas estas
cosas se me antojan las imágenes de un sueño. Pero estuve allí hace unos pocos
días, en aquel Norte al que debería ser obligatorio regresar con cierta
regularidad. Me he dado cuenta de que el Norte nos vivifica y nos dignifica. En
lo alto de un acantilado, observando cómo las olas rompen allá abajo, te
sientes distinto, casi irreal, como dentro de una novela. Hay muchos personajes
entre los que elegir. Se puede optar por ser un personaje de Stevenson o de
Conrad, y otear el horizonte en busca de velas blancas y estandartes negros. O
tal vez tengamos el ánimo predispuesto para sentirnos el espía que espera la
señal luminosa que le indicará la llegada de un submarino. Ya puestos, ¿por qué
no elegir la serie negra en su variante más ortodoxa, y creernos inspectores de
policía al acecho de que la lancha de los narcos arribe a la playa nocturna?
El Norte invita a ello, sobre todo Gijón durante estos días en que se celebra
la Semana Negra, en la que este año he tenido la suerte de participar.
Aunque
confieso que al llegar me llevé un chasco. Yo pensaba que la Semana Negra era
una especie de feria del libro, un evento parecido a la Feria de Madrid, aunque
centrado en la literatura policial. Pero al llegar al recinto, la impresión que
tuve fue la misma que en nuestra feria de septiembre. Había puestos de
camisetas y abalorios, había chiringuitos, churros, helados, atracciones y un
denso gentío que se dedicaba a lo mismo que en cualquier feria o fiesta
patronal: a curiosear, lamer helados y tratar de neutralizar las exigencias de
los niños. Más adelante encontré algunos puestos de libros, pero me parecieron
una nota discordante en medio del jolgorio general. Por fin, algunas carpas con
exposiciones de fotografía y de técnicas de investigación criminal. Más allá,
una manifestación de trabajadores afectados por algún ERE me indicó que debía
estar acercándome al meollo del asunto: las dos carpas que constituyen el
corazón de la Feria. Una de ellas, denominada «Carpa del Encuentro», es un espacio
de grandes dimensiones. En la puerta han colocado una enorme pluma
estilográfica que señala que la atracción principal de aquel lugar son quienes
se valen de esa herramienta para su arte. Por allí cerca hay una carpa de
dimensiones más modestas denominada «Espacio A Quemarropa», un homenaje a la
famosa película protagonizada por Lee Marvin. En el interior, una escritora
presenta su libro, pero desde fuera apenas oigo lo que dice. El bullicio, la
música de las atracciones y los chiringuitos y la cercana manifestación siguen
ensordeciéndome, y la celebración de un acto literario en aquel lugar me parece
incongruente. ¿De verdad tengo que presentar aquí mi novela?
Pero
transcurre un rato y empiezo a conocer a mis anfitriones y a otros compañeros
escritores. Bebo y charlo con ellos, y poco a poco las piezas comienzan a
encajar. La Semana Negra no es solo literatura. Es una fiesta en toda la
extensión del término. La gente de Gijón acude en masa a divertirse, a asistir
a conciertos y, de paso, a conocer a sus escritores favoritos. Me dicen que el
día anterior Petros Márkaris había llenado la Carpa del Encuentro a reventar. Pero
somos más de cincuenta los autores que vamos a desfilar por aquí durante esta
semana de nueve días. Algunos son estrellas de primera fila, otros mucho más
modestos. Pero todos escritores. Nada de cocineros, actores o presentadores de
televisión, como en la última Feria de Madrid. Y la gente de Gijón es tan
generosa que, al tiempo que viene al recinto a divertirse, se deja caer por una
de las carpas para escucharnos hablar de nuestros libros, para oír nuestras
opiniones sobre la novela policial, la novela histórica y la literatura de
género en su sentido más amplio. Vienen y escuchan, y compran nuestros libros,
y charlan con nosotros. Y uno empieza a sentirse como en casa, y no puede expresar
sino gratitud hacia los locos cuyo esfuerzo y entusiasmo hacen posible este
maravilloso tinglado año tras año, y ya van 26.
«¿Me
volveréis a invitar el año que viene?» «Claro. Tú escribe otra novela y
nosotros te invitamos». Maldita sea. Ahora ya no tengo ninguna excusa para no
ponerme manos a la obra.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 12/7/2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario