La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

domingo, 14 de julio de 2013

Gijón, Semana Negra


Recién llegado de Asturias, uno se siente como si hubiera regresado de otro continente. Los retazos de mar entre la niebla, las montañas, los acantilados, el aroma de los helechos… Desde esta ciudad de asfalto ardiente, todas estas cosas se me antojan las imágenes de un sueño. Pero estuve allí hace unos pocos días, en aquel Norte al que debería ser obligatorio regresar con cierta regularidad. Me he dado cuenta de que el Norte nos vivifica y nos dignifica. En lo alto de un acantilado, observando cómo las olas rompen allá abajo, te sientes distinto, casi irreal, como dentro de una novela. Hay muchos personajes entre los que elegir. Se puede optar por ser un personaje de Stevenson o de Conrad, y otear el horizonte en busca de velas blancas y estandartes negros. O tal vez tengamos el ánimo predispuesto para sentirnos el espía que espera la señal luminosa que le indicará la llegada de un submarino. Ya puestos, ¿por qué no elegir la serie negra en su variante más ortodoxa, y creernos inspectores de policía al acecho de que la lancha de los narcos arribe a la playa nocturna? El Norte invita a ello, sobre todo Gijón durante estos días en que se celebra la Semana Negra, en la que este año he tenido la suerte de participar.
Aunque confieso que al llegar me llevé un chasco. Yo pensaba que la Semana Negra era una especie de feria del libro, un evento parecido a la Feria de Madrid, aunque centrado en la literatura policial. Pero al llegar al recinto, la impresión que tuve fue la misma que en nuestra feria de septiembre. Había puestos de camisetas y abalorios, había chiringuitos, churros, helados, atracciones y un denso gentío que se dedicaba a lo mismo que en cualquier feria o fiesta patronal: a curiosear, lamer helados y tratar de neutralizar las exigencias de los niños. Más adelante encontré algunos puestos de libros, pero me parecieron una nota discordante en medio del jolgorio general. Por fin, algunas carpas con exposiciones de fotografía y de técnicas de investigación criminal. Más allá, una manifestación de trabajadores afectados por algún ERE me indicó que debía estar acercándome al meollo del asunto: las dos carpas que constituyen el corazón de la Feria. Una de ellas, denominada «Carpa del Encuentro», es un espacio de grandes dimensiones. En la puerta han colocado una enorme pluma estilográfica que señala que la atracción principal de aquel lugar son quienes se valen de esa herramienta para su arte. Por allí cerca hay una carpa de dimensiones más modestas denominada «Espacio A Quemarropa», un homenaje a la famosa película protagonizada por Lee Marvin. En el interior, una escritora presenta su libro, pero desde fuera apenas oigo lo que dice. El bullicio, la música de las atracciones y los chiringuitos y la cercana manifestación siguen ensordeciéndome, y la celebración de un acto literario en aquel lugar me parece incongruente. ¿De verdad tengo que presentar aquí mi novela?
Pero transcurre un rato y empiezo a conocer a mis anfitriones y a otros compañeros escritores. Bebo y charlo con ellos, y poco a poco las piezas comienzan a encajar. La Semana Negra no es solo literatura. Es una fiesta en toda la extensión del término. La gente de Gijón acude en masa a divertirse, a asistir a conciertos y, de paso, a conocer a sus escritores favoritos. Me dicen que el día anterior Petros Márkaris había llenado la Carpa del Encuentro a reventar. Pero somos más de cincuenta los autores que vamos a desfilar por aquí durante esta semana de nueve días. Algunos son estrellas de primera fila, otros mucho más modestos. Pero todos escritores. Nada de cocineros, actores o presentadores de televisión, como en la última Feria de Madrid. Y la gente de Gijón es tan generosa que, al tiempo que viene al recinto a divertirse, se deja caer por una de las carpas para escucharnos hablar de nuestros libros, para oír nuestras opiniones sobre la novela policial, la novela histórica y la literatura de género en su sentido más amplio. Vienen y escuchan, y compran nuestros libros, y charlan con nosotros. Y uno empieza a sentirse como en casa, y no puede expresar sino gratitud hacia los locos cuyo esfuerzo y entusiasmo hacen posible este maravilloso tinglado año tras año, y ya van 26.

«¿Me volveréis a invitar el año que viene?» «Claro. Tú escribe otra novela y nosotros te invitamos». Maldita sea. Ahora ya no tengo ninguna excusa para no ponerme manos a la obra.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 12/7/2013

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