La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

domingo, 14 de julio de 2013

Homeopatía


No deja de sorprenderme la popularidad que gozan las pseudociencias y las supercherías en general. Ya he perdido la cuenta de los canales de videncia que asoman a diario por la TDT, y que me veo obligado a borrar laboriosamente de la sintonía de mi televisor con la resignación de quien mata cucarachas, a sabiendas de que por cada uno que elimine mañana aparecerán dos nuevos para sustituirlo. Nunca fue tan fácil y lucrativo montar un canal de televisión. Coja usted a su abuela o a su suegra, atavíela con túnica y turbante, dele una baraja de tarot, póngala delante de una cámara y contrate una línea de tarificación especial. Los desesperados acudirán como moscas, y la presunta vidente disfrutará de lo lindo porque ahora no le faltará nunca alguien con quien hablar. Pero lo que me indigna de verdad es que la superstición se disfrace de ciencia, y que encima adquiera carta de naturaleza al llegarnos por un canal aparentemente respetable. Tal es el caso de ciertas farmacias que, además de la farmacopea al uso, ofrecen remedios milagrosos como la homeopatía.
Aunque los supongo familiarizados con el término, no está de más aclarar que la homeopatía es un tipo de medicina alternativa que data de finales del siglo XVIII, aunque hunde sus raíces en las milenarias doctrinas hipocráticas, y concretamente en el principio «similia similibus curantur», es decir, «lo semejante se cura con lo semejante». Supongamos que sufre usted diarrea. Pues bien, para tratar su dolencia el especialista homeópata buscará una sustancia que produzca síntomas similares a los que usted padece, y luego procederá a diluirla según un proceso denominado «dinamización». Tras sucesivas disoluciones, ni el químico más avezado sería capaz de encontrar trazas de esa sustancia en el preparado, pero es entonces precisamente cuando el homeópata lo considera eficaz como tratamiento. ¿Por qué? Nadie lo sabe. Los seguidores de esta pseudociencia aducen miles de ejemplos de curaciones casi milagrosas, pero estas pruebas y testimonios se suelen publicar siempre en revistas especializadas (y no en medicina precisamente), con un rigor científico similar al de las publicaciones Más Allá o Año Cero. Mi opinión es que esas sucesivas disoluciones buscan hacer desaparecer el principio activo por completo. De otro modo, el preparado homeopático resultaría tóxico y muchos de los practicantes de la doctrina acabarían cocinando sus pócimas entre rejas.
Pero lo verdaderamente incomprensible es que estos productos se vendan en las farmacias (en muchas de ellas, al menos), junto a los antibióticos y los antihistamínicos. A nadie le sorprende que un farmacéutico recomiende cremas de belleza, remedios contra la celulitis y otros artículos cuyo espacio natural serían las parafarmacias, las perfumerías o incluso la teletienda. Ahora bien, yo mismo he presenciado cómo una cliente solicitaba el consejo de una farmacéutica para adquirir un complejo vitamínico, y esta le recomendaba uno de esos tratamientos homeopáticos consistentes en varios tubitos con pildorillas, con un valor terapéutico equiparable al de las pastillas juanolas, pero un precio superior a los veinte euros. Teniendo en cuenta que la gente suele confiar en estos profesionales (que para eso han estudiado), tal vez no fuera mucho pedir que no se abusara de esa confianza, y que la administración prohibiera dichas prácticas, relegando la homeopatía al lugar que le corresponde, que no es otro que los comercios especializados en santería y ocultismo. De otro modo, corremos el riesgo de que un día, al pedir un antipirético, el boticario nos venda un gallo negro y nos recomiende que se lo sacrifiquemos al dios Changó.

Y ya puestos a ser sinceros, reconozco que yo mismo, hace años, adquirí un tratamiento homeopático para dejar de fumar. Lo curioso es que los había distintos para cada marca de tabaco. Como yo era fumador de Ducados, imagino que el homeópata había diluido muchos cigarrillos de esta marca hasta obtener el preparado. Más de diez cartones, a juzgar por el precio que pagué por el tratamiento, que no solo no me ayudó a dejar de fumar, sino que me dejó con una lacerante sensación de haber hecho el idiota.

Publicado en La Tribuna de Albacete el el 5/7/2013

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