Alcanzado
casi el ecuador del verano, uno no sabe si mirar hacia delante o hacia atrás.
Diría que la sensación es parecida a la que tuvo Colón en su primer viaje,
cuando se encontraba en mitad de la mar océana con sus tres cáscaras de nuez, dudando
entre seguir adelante o dar media vuelta. Lo que hemos dejado atrás lo
conocemos bien, demasiado bien. Lo que hay al frente nos da miedo: la Terra Incognita, el «más allá hay monstruos» de los mapas medievales. Aunque puede que el mayor
temor del Almirante fuera circunnavegar el globo sin encontrar nada nuevo,
volver al punto de origen y verse obligado a reanudar su vida de pedigüeño por
esta corte y aquella. Así se siente uno en estas postrimerías del mes de julio.
Nos debatimos entre la insatisfacción de lo vivido y el temor a lo que vendrá. Casi
preferiríamos quedarnos para siempre en esta tierra de nadie que es el corazón
del verano, equidistantes entre la costa de ayer y la de mañana, inmóviles e
indolentes, ajenos a la necesidad de tomar decisiones y afrontar problemas. En
términos náuticos, querríamos poner la nave «al pairo», quedarnos quietos.
Aunque suene paradójico, el verano constituye
una especie de hibernación. O lo es al menos para los afortunados que disfrutamos
de vacaciones por estas fechas. Trato de reaccionar. Veo las noticias en
televisión y hojeo los periódicos. Pero ni siquiera las tempestades políticas y
los escándalos de corrupción logran sacarme de esta calma chicha, de este
marasmo estival. Vendrá septiembre y tal vez haya moción de censura, o tal vez
no. Puede que en la insondable conciencia de Rajoy quede algo de dignidad y
haya dimisión, aunque tengo mis dudas. De la conciencia de Cospedal mejor no esperemos
mucho, porque no ha quedado demostrado que la tenga. A lo mejor mañana Bárcenas
se saca otros papeles de la manga. Pero en realidad todo esto me preocupa muy
poco. Es todo un gran dejá vù. Los
mismos perros de siempre. Cutre y aburrido hasta la náusea. Tengo las velas
tendidas y largas las escotas. Estoy al pairo.
Pero el
viento del tiempo no deja de soplar, la corriente nunca cesa. Llegará el
inexorable septiembre y un nuevo curso, la Terra
Incognita en la que, a buen seguro, encontraremos algunos parajes ya
conocidos. Habrá nuevos recortes, más alumnos por aula, peor sanidad, menos
servicios, más impuestos, más agresiones para los trabajadores públicos. Todo
conforme a un guión perverso y previsible. Aunque lo ya conocido no provoca
miedo, tan solo hastío. Sin embargo, tal vez esos territorios del próximo otoño
oculten sorpresas y hasta puede que alguna oportunidad.
Tengo
casi cincuenta años. El sentido común me dice que el ecuador de la vida quedó
atrás hace tiempo. ¿Pero acaso no es el ecuador una línea imaginaria? Ningún
navegante ha traído noticias de una gran línea negra trazada en mitad del
océano. Ningún explorador la ha visto en medio de la sabana. ¿Por qué no actuar
como un cartógrafo caprichoso y trazar el ecuador de la vida aquí y ahora. De
hecho, si entorno los ojos, me parece vislumbrar los perfiles de una costa
desconocida en la distancia.
Hoy es viernes,
19 de julio. Escribo estas líneas desde mi casa del pueblo y el silencio en la
calle es casi perfecto. Hace unos minutos estuve regando el patio. Los rosales
se han agostado durante mi ausencia por falta de agua, pero estoy seguro de que
rebrotarán con algunos cuidados. Mi hijo duerme en la habitación de al lado y
puedo oír su respiración acompasada y apacible. Todo está en orden y querría
que el verano no terminara nunca. Pero poco a poco se abre paso el deseo de que
llegue septiembre y de que, con él, todo se transforme. La nueva costa. El
nuevo mundo. Septiembre.
Hoy es 19
de julio y tengo casi 50 años. A veces uno se pregunta si con 50 años tenemos
derecho a desear que las cosas cambien. Pero la auténtica pregunta es si
podemos permitirnos el lujo de que todo siga igual.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 19/7/2013
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