La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

lunes, 22 de julio de 2013

El ecuador


Alcanzado casi el ecuador del verano, uno no sabe si mirar hacia delante o hacia atrás. Diría que la sensación es parecida a la que tuvo Colón en su primer viaje, cuando se encontraba en mitad de la mar océana con sus tres cáscaras de nuez, dudando entre seguir adelante o dar media vuelta. Lo que hemos dejado atrás lo conocemos bien, demasiado bien. Lo que hay al frente nos da miedo: la Terra Incognita, el «más allá hay monstruos» de los mapas medievales. Aunque puede que el mayor temor del Almirante fuera circunnavegar el globo sin encontrar nada nuevo, volver al punto de origen y verse obligado a reanudar su vida de pedigüeño por esta corte y aquella. Así se siente uno en estas postrimerías del mes de julio. Nos debatimos entre la insatisfacción de lo vivido y el temor a lo que vendrá. Casi preferiríamos quedarnos para siempre en esta tierra de nadie que es el corazón del verano, equidistantes entre la costa de ayer y la de mañana, inmóviles e indolentes, ajenos a la necesidad de tomar decisiones y afrontar problemas. En términos náuticos, querríamos poner la nave «al pairo», quedarnos quietos.
 Aunque suene paradójico, el verano constituye una especie de hibernación. O lo es al menos para los afortunados que disfrutamos de vacaciones por estas fechas. Trato de reaccionar. Veo las noticias en televisión y hojeo los periódicos. Pero ni siquiera las tempestades políticas y los escándalos de corrupción logran sacarme de esta calma chicha, de este marasmo estival. Vendrá septiembre y tal vez haya moción de censura, o tal vez no. Puede que en la insondable conciencia de Rajoy quede algo de dignidad y haya dimisión, aunque tengo mis dudas. De la conciencia de Cospedal mejor no esperemos mucho, porque no ha quedado demostrado que la tenga. A lo mejor mañana Bárcenas se saca otros papeles de la manga. Pero en realidad todo esto me preocupa muy poco. Es todo un gran dejá vù. Los mismos perros de siempre. Cutre y aburrido hasta la náusea. Tengo las velas tendidas y largas las escotas. Estoy al pairo.
Pero el viento del tiempo no deja de soplar, la corriente nunca cesa. Llegará el inexorable septiembre y un nuevo curso, la Terra Incognita en la que, a buen seguro, encontraremos algunos parajes ya conocidos. Habrá nuevos recortes, más alumnos por aula, peor sanidad, menos servicios, más impuestos, más agresiones para los trabajadores públicos. Todo conforme a un guión perverso y previsible. Aunque lo ya conocido no provoca miedo, tan solo hastío. Sin embargo, tal vez esos territorios del próximo otoño oculten sorpresas y hasta puede que alguna oportunidad.
Tengo casi cincuenta años. El sentido común me dice que el ecuador de la vida quedó atrás hace tiempo. ¿Pero acaso no es el ecuador una línea imaginaria? Ningún navegante ha traído noticias de una gran línea negra trazada en mitad del océano. Ningún explorador la ha visto en medio de la sabana. ¿Por qué no actuar como un cartógrafo caprichoso y trazar el ecuador de la vida aquí y ahora. De hecho, si entorno los ojos, me parece vislumbrar los perfiles de una costa desconocida en la distancia.
Hoy es viernes, 19 de julio. Escribo estas líneas desde mi casa del pueblo y el silencio en la calle es casi perfecto. Hace unos minutos estuve regando el patio. Los rosales se han agostado durante mi ausencia por falta de agua, pero estoy seguro de que rebrotarán con algunos cuidados. Mi hijo duerme en la habitación de al lado y puedo oír su respiración acompasada y apacible. Todo está en orden y querría que el verano no terminara nunca. Pero poco a poco se abre paso el deseo de que llegue septiembre y de que, con él, todo se transforme. La nueva costa. El nuevo mundo. Septiembre.

Hoy es 19 de julio y tengo casi 50 años. A veces uno se pregunta si con 50 años tenemos derecho a desear que las cosas cambien. Pero la auténtica pregunta es si podemos permitirnos el lujo de que todo siga igual.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 19/7/2013

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