Como la
realidad me parece bastante desagradable, he tomado la costumbre de instalarme
en la inopia. Pero cuando estoy de vacaciones y me voy a mi casa de Carcelén,
es como si me mudara a la inopia de la inopia. Quizás por ello, y a pesar de
estar tan cerca del ojo del huracán, no me enteré de esa reciente serpiente
veraniega, ese monstruo del lago Ness que ha surgido en nuestra entrañable
comarca de La Manchuela. La primera noticia la tuve el miércoles por la mañana,
mientras regaba las plantas de mi patio. Estaban dando el bando por los
altavoces del ayuntamiento, y después de anunciar que en la pescadería había
«pescado de todas las clases» (ya sería menos), dijeron que a las ocho de la
tarde el párroco iba a celebrar una reunión en «la nave» para informar. Me
apresuro a explicar lo de «la nave». No se trata de que el párroco de Carcelén
sea un extraterrestre, sino que así es como se conoce el centro sociocultural
del municipio. En realidad el párroco es boliviano, como me reveló mi primo
Pedro. Y el motivo de la insólita reunión fuera de la parroquia es un incidente
en el que este señor se ha visto envuelto. Don Mario, el cura en cuestión, no
apareció para decir misa el pasado fin de semana porque se hallaba detenido en
la Comandancia de la Guardia Civil. Pero estoy seguro de que los lectores ya
están familiarizados con la noticia a través de este diario.
Cuando supe de qué iba el asunto, lo primero que me vino a la cabeza
fue nuestro paisano José Luis Cuerda y su inolvidable Amanece que no es poco. Qué talento tuvo ese hombre
para darse cuenta de que el último refugio del surrealismo (con permiso de la
política y la economía) es la España rural, y aquí nos las veíamos con otro
ejemplo. Ya tenemos cierta costumbre de ver a la iglesia católica mezclada en
escándalos e historias turbias. Pero esta vez no se trataba de abusos a menores
ni de obispos retozando con sus novias. Esta vez se hablaba de robo y de
narcotráfico. Un cura rural detenido por ser presunto cómplice de una banda latina
de crimen organizado. Comprenderán que
la tentación era enorme. Así pues, aunque no soy ni feligrés ni residente
habitual en Carcelén, me desplacé a la nave para ver qué se cocía. Y allí me
encontré con un centenar de vecinos y con algunos enviados de la prensa y la
televisión. Y también con don Mario, claro.
Mi primera impresión fue que jamás había visto a nadie con menos cara
de delincuente que aquel cura. Pero no es de eso de eso exactamente de lo que
quería hablar. El párroco dio sus explicaciones y me imagino que el asunto se
aclarará pronto. Lo que me cautivó y hasta me puso un nudo en la garganta fue
el voto de confianza incondicional que aquel hombre recibió de su feligresía.
Se dice que en este país la gente tiene muy mala leche, y que la maledicencia,
el chismorreo y la calumnia son deportes nacionales. Pero aquella escena
desmentía completamente el tópico. El cura bajo sospecha no solo recibió el
apoyo, sino el aplauso y el abrazo de sus vecinos, y a otra cosa. Y mi
impresión fue que la gente de Carcelén acababa de hacer alarde de civismo y lealtad, y de
ese principio jurídico que con frecuencia se invoca pero casi nunca se cumple,
la famosa presunción de inocencia.
Así pues, lejos de ser crucificado, don Mario acabó la reunión
emocionado y con fuerzas renovadas para demostrar su inocencia, lo que le deseo
que logre muy pronto. En cuanto a mí, me fui un sintiéndome un poco culpable
por haber ido allí con el único propósito de curiosear (de «golismear», por
usar el término local), pero también orgulloso de pertenecer a una comunidad
como aquella, aunque sea solo durante algunas semanas en verano.
Aparecido en La Tribuna de Albacete el 30/7/2012
1 comentario:
No sabia que en Carcelén tuvieses culebrones de ese calibre... Muy entretenido
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