La compañía norteamericana Domino’s Pizza ha errado el cálculo con la
última campaña publicitaria que ha lanzado en Rusia. Domino’s se comprometía a
suministrar pizzas gratis, hasta un máximo de cien anuales, a todo ruso que se
tatuara su logotipo (una ficha de dominó) en un sitio visible. Y eso durante
cien años. Estaba previsto que la campaña durara un mes. Sin embargo, cuando al
cabo de cuatro días los solicitantes de pizzas gratis ya rondaban el medio
millar, se dio por cerrada la campaña, pues las cuentas no les salían. De haber
mantenido la oferta, no habría sido posible encontrar trigo en Rusia para tanta
pizza. Imagino que los responsables de la campaña ya estarán en Siberia. Con su
desconocimiento de la psicología de masas, han estado a punto de causarle a la
multinacional un grave descalabro económico. Dicen los norteamericanos que los
almuerzos gratis no existen (“there ain’t no such thing as a free lunch”), pero
medio millar de rusos hambrientos han decidido demostrar lo contrario. Nadie
sabe lo que la gente es capaz de hacer por obtener algo gratis. Lo vimos en
Magaluf, en aquel antro infame donde ofrecían a las chicas barra libre a cambio
de practicarles sexo oral en público a los clientes. Lo constaté en mi propio
instituto, cuando hace años los vendedores de enciclopedias nos atraían a
pesadísimas presentaciones comerciales a cambio de alguna baratija que hoy no
alcanzaría los tres euros en un bazar chino. Lo vemos todos los años ante la
puerta del ayuntamiento, cuando empiezan a repartirse los programas de Feria y
las colas que se forman son kilométricas. En una ocasión, logré un llenazo en
la presentación de uno de mis libros por el procedimiento de convidar a una
modesta merienda. En cuanto a lo del tatuaje, a mí me gusta mucho la pizza.
Como mínimo, me lo habría planteado.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 21/9/2018
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